Nadie lo sabe porque sólo yo he dormido en mi pieza desde que ellas están ahí. Parece que están quietas y que sólo el viento podría alborotarlas en movimientos incomprensibles para el ojo de algún humano cualquiera. Pero no es así. Cada noche, antes de dormir, soplan el aire que han juntado todo el día en sus pulmones de papel. Soplan cada sueño que tendré. Sé que cuando yo no estoy conversan muy despacio y se ponen de acuerdo en lo que harán cada noche. Tienen horarios determinados y actúan como verdaderas estatuas insignificantes para pasar desapercibidas. Algunas, cansadas de su trabajo, han renunciado y dejaron de volar. Se desprendieron de su cielo para caer en mis manos y darles el consuelo que no habían recibido.
A veces me da por abrazarlas y hacerles cariño. Quedan ocho pero a veces se sienten solas. A veces todas se toman un día sabático y no trabajan. Yo las quiero igual porque desde que descubrí lo que hacen para mí las he comenzado a apreciar. Porque son lo que yo quiero, porque si no las quisiera las habría botado, porque me gusta fotografiarlas y mirarlas y sentir que están vivas aunque ellas no se den cuenta. Sus alas a veces se desgastan pero si se limpian una vez a la semana vuelven a volar. Y vuelven a llenar sus pulmones de aire. Y vuelvo a soñar que me subo a alguna y me llevan a no-sé-donde pero que tiene harto pasto y flores y animales.
De vez en cuando me da por pensar que ellas podrían dormir en mi cama y yo quedarme soplando a su lado. Quisiera que soñaran lo mismo que me han hecho imaginar. Todo para que alcen sus cabezas y se atrevan a quitarse el cordel que atraviesa sus espaldas para sostenerse porque si se cansan yo voy a estar allí para tomarlas y aprender juntos que hay cosas que uno tiene que atreverse a hacer. Con esa misma música que hemos aprendido a escuchar mientras hacemos el aseo de fin de semana mientras esperamos que la creadora llegue a pasar la tarde.
Sus corazones de papel están llenos de palabras que desbordan lágrimas. Algunas se inventan escamas y otras espinas. Algunas tratan de hacer del azul su color favorito pero siempre en inglés y otras sangran algunas noches porque en el día dan muchas vueltas. Pero al final sienten más que todos y son especiales porque están hechas con ese cariño que viene por correo para una causa que ha pasado. Ellas se quedaron porque ya no quiero que se vayan. Porque mi cielo no es lo mismo sin ellas. Porque quiero seguir soñando y quiero sacarme también las telarañas. Porque quiero siempre estar de espaldas y verlas y sentir que cada día puedo ver algo distinto.
Mis grullas no son ni cocodrilos ni puercoespines aunque a veces quieran parecerlo. Mis grullas son tan reales como la vida. Son la expresión de un corazón. Uno con harto jugo de fruta tropical.
domingo, octubre 14, 2007
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