Beatriz:
Ya hace un rato que no te escribía. Raro para mí. Se supone que íbamos a estar juntos siempre y que sería parte de mi rutina el entregarte cartas. Y aquí me ves. Me siento frente al compu, para que, una vez al año me acuerde y te escriba.
Tiempo muerto quizás. Pero es que no has estado. O sea, estuviste siempre pero escondida tras muchas columnas, debajo de la mesa o en un asiento de la micro. Sabía que eras tú pero no te reconocía. El miedo de no saber recordar. Quizás simplemente el que dijera tu nombre, te tocara el hombro y fuera la misma ilusión que me ha invadido los sueños.
Pero te encontré nuevamente. Eso creo. Por lo menos te llamas igual y tienes gestos muy parecidos. Ninguno igual pero se entiende. Han pasado algunos años. La gente debe adaptarse a lo que vive. No podemos vivir de bolitas y volantines. No podemos vivir siempre jugando con la barbie secretaria. Y te encontré y nos vemos en el parque. Por primera vez no existen los tiempos o quizás confundo mi mala forma de leer los relojes con flechas. Me esperas y no estoy. Te vas y me ves. Te sientas, conversamos, imagino que te invito a un helado de más de quinientos y que no aceptas porque no había de naranja. Mejor que no aceptes porque es mentira que te ofrecí. Todo pasa mientras te acercas y no me dices nada. Ni un ‘te quiero’. Eso si es igual. Ni un ‘te quiero’ característico de ti. No hay expresiones y nunca la hubo.
Pero te vas y siento que tengo que esperar una semana para saber si eras o no la Beatriz que yo conocía. Tengo que recorrer mucho para deletrearte bien. Quizás que hagamos un viaje en micro, que vayamos a comer una caja de papas al Doggi’s, que compartamos un chirimoya alegre y que después te entregue las trece cartas que te escribí el fin de semana. Porque no puedo entregarte las demás. No habría magia ni podría pensar que puedo ser como Cortázar. Julio escribiendo a Virginia. James escribiendo a Bovary. Sebita escribiendo a Beatriz. Sin ilustraciones y con flecos. Con hojas de cuaderno amarillos y common people de fondo. Simplista para que te sientas del pueblo y no me acuses de poco tolerante.
En fin. Sé que tendré que esperar. Y duele. Duele porque la espera se metió en mi cabeza, revolvió algunos recuerdos y me tiró empelota al mundo real nuevamente. Duele porque no quiero acostumbrarme. Y tengo esa maldita negación que tiene sabor dulce y entretenida. Y duele porque tengo que seguir llamándote Beatriz cuando te gusta Isidora.
Beatriz. Te extrañé y vuelves. Creo que ahora eres tú. Y no puedo prometerte nada porque sé que no cumplo y que me desilusiono fácilmente. No soy ni Dante ni tengo a Virgilio. Quizás el camino se hace largo y solitario. Pero lo prefiero así. Prefiero no comprar amigos ni pretender ser un poeta con guitarra. Prefiero no drogarme para fingir ser artista o escritor. Prefiero intentar ser yo. Es lo mejor que me sale.
No sé si te lo he dicho pero te quiero. La psicóloga me dijo que era un rasgo neurótico. El cura me dijo que era pecado. Un ingeniero me dijo que existía un 36.7428% de probabilidades que esto fuera verdadero. Un abogado me dijo que estaba en todo mi derecho. Un sociólogo e dijo que dependía de mi estrato social y de mis ingresos per cápita si podría o no jugármela. Un historiador me dijo que era como Marco Antonio y Cleopatra. Un literato me habló de Cyrano de Bergerac. Un artista dijo que estaba pintando el mono y un biólogo me dijo que por andar vegetando todo el día te podría perder fácilmente. Y quiero creer en cada uno pero no encaja nada. O sea, sólo sé que te quiero y que me basta para poder hacerme un transplante de pecho y venderme a la tan repudiada y vil primavera. Y siento la vocecita que me dice “Welcome to the Real World”. Mis miedos se hicieron realidad. Y me está comenzando a gustar.
Espero que la leas pronto.
La vida es un sueño, el despertar es lo que nos mata.
V.W
miércoles, noviembre 22, 2006
jueves, noviembre 16, 2006
todo tiempo pasado fue mejor
A nadie le gusta crecer. Es el miedo del siglo. Crecemos y la brecha con la niñez se hace más grande y molesta. Ya no nos chupamos el dedo y eso a veces duele tanto más que echarse un ramo por reemplazar la mamadera por cervezas. El problema es que hay que echar raíces en suelo que a nadie le gusta, uno fértil para economistas pero tan seco como el hecho de entender que la huincha de ropa que tiene tu vieja ya no alcanza para medirte.
Mi abuelo decía que llega un punto de nuestras vidas que, cuando comenzamos a crecer, nos vamos achicando. Me dio unas explicaciones medias científicas campestres que no escuché. Quizás me invadió ese miedo de saber que tendré que cambiar las espinillas por arrugas, de que mi vieja dice que después los años se pasan más rápidos, que el sueño adolescente cae tan bajo que uno termina creyendo en el sueño americano del tío Sam y se vende como Hot Dog al sistema. El Apocalipsis del uniforme y de la vida fácil. Cambiamos el pase escolar por la Visa y nos llenamos la boca con que ‘la vida es ahora’.
Y el problema quizás no sea el que crezcamos. O sea, se supone que vamos madurando y entendiendo el mundo. En teoría. La vida nos pega patadas en la entrepierna siempre con los recuerdos de la niñez. Y lo peor es que está de moda. Somos todos masoquistas de la cultura de la basura, de la edad de oro. Nos gusta andar contando lo que hacíamos con los tazos o con las láminas de los álbumes que no tenían autoadhesivo y que andábamos con el stix fix para todos lados. Y vamos a ver a Beltrán porque creemos que es la única forma de detener el tiempo y imaginarnos diferentes.
Pero crecimos no más. Llegamos a los 20 sin querer. Y ya no nos cabe el buzo ni la jardinera. Pasaron los soldaditos de plomo, los playmobil y las canciones de pin pon. Y mientras escribo suena crecer de Ataque 77 y siento que se vienen las fogatas, las guitarras, las mismas historias de que la flor de los 7 colores estaba en el patio y la irresistible tentación de querer torcerle el cuello a Cronos y quedarme donde estoy. Pretendiendo nunca haber crecido.
Mi abuelo decía que llega un punto de nuestras vidas que, cuando comenzamos a crecer, nos vamos achicando. Me dio unas explicaciones medias científicas campestres que no escuché. Quizás me invadió ese miedo de saber que tendré que cambiar las espinillas por arrugas, de que mi vieja dice que después los años se pasan más rápidos, que el sueño adolescente cae tan bajo que uno termina creyendo en el sueño americano del tío Sam y se vende como Hot Dog al sistema. El Apocalipsis del uniforme y de la vida fácil. Cambiamos el pase escolar por la Visa y nos llenamos la boca con que ‘la vida es ahora’.
Y el problema quizás no sea el que crezcamos. O sea, se supone que vamos madurando y entendiendo el mundo. En teoría. La vida nos pega patadas en la entrepierna siempre con los recuerdos de la niñez. Y lo peor es que está de moda. Somos todos masoquistas de la cultura de la basura, de la edad de oro. Nos gusta andar contando lo que hacíamos con los tazos o con las láminas de los álbumes que no tenían autoadhesivo y que andábamos con el stix fix para todos lados. Y vamos a ver a Beltrán porque creemos que es la única forma de detener el tiempo y imaginarnos diferentes.
Pero crecimos no más. Llegamos a los 20 sin querer. Y ya no nos cabe el buzo ni la jardinera. Pasaron los soldaditos de plomo, los playmobil y las canciones de pin pon. Y mientras escribo suena crecer de Ataque 77 y siento que se vienen las fogatas, las guitarras, las mismas historias de que la flor de los 7 colores estaba en el patio y la irresistible tentación de querer torcerle el cuello a Cronos y quedarme donde estoy. Pretendiendo nunca haber crecido.
martes, noviembre 07, 2006
Tri Lambda
Con esta columna gané las entradas para el concierto de los 100 años de la FECH.
Como diría el Pélida... Aqui-les va lo que escribí.
La universidad es como las pelis comerciales. Todo el mundo las recomienda porque son buenas, porque hay que ir a verlas, porque es ‘la mitad de la vida’, porque el crítico le puso setenta y cuatro estrellas (porque los críticos se creen parvularios y andan poniendo estrellas), porque están los mejores actores y uno se caga de la risa. Pero llegas, te sientas, la butaca está con chicle, el cabro chico te bota las cabritas, la mina que invitaste está pololeando y la película es mala.
Recuerdo que antes de entrar a la universidad ya mi vieja había comprado las chapitas, los stickers para el vidrio trasero del auto, los cuadernos con el logo de la U y esas cosas para poner los documentos. Las tuvo que botar. No quedé en esa U. Mi vieja quería una tradicional y yo cualquiera que me diera algo para vivir.
Parece que todos tenemos un hermano mayor que ya ha sido el exitoso de la familia y te dice que son los mejores años de tu vida. Que en las horas libres te tiras en el pasto de la facu (porque me enseñó la jerga universitaria) conversando con las niñas que conoces en la pastoral y fumándote un porro. Me decía que me olvidara del colegio y del uniforme o de las anotaciones negativas. La libertad te atrapaba, te compraba unas cervezas y te llevaba a jugar pool con la gente que conoces. Y que no me preocupara si era tímido. Todo se reducía a una simple ecuación. Un tímido más un ritalín boy da un par de buenos amigos. Y el orden de los factores no altera el producto.
Pero llegué. Me instalé. La gente se agolpaba porque regalaban cosas. Me metí en la fila y se acabaron los completos. Quedaban bebidas Light solamente. Era el único que pensaba que las cosas sin calorías son un asco. Y los días pasaban y no podía sentarme en el pasto. Y fumé un porro y estuve pálido tres días. Fui a trabajos de verano y terminé siendo el único sin pareja. Soy malo para el pool y eso me valió la tarjeta roja para mis amigos.
No ayudó mucho ni los lentes grandes ni el gel. Tampoco el tratar de ir a tomar al Almagro porque soy siempre el que tiene que funcionar de grúa para los bultos.
Parece que me metí a actuar en rebelde sin causa sin ser James Dean. Tendré que asumir que sigo siendo una rara mezcla entre tri lambda y alfa beta fallido.
Como diría el Pélida... Aqui-les va lo que escribí.
La universidad es como las pelis comerciales. Todo el mundo las recomienda porque son buenas, porque hay que ir a verlas, porque es ‘la mitad de la vida’, porque el crítico le puso setenta y cuatro estrellas (porque los críticos se creen parvularios y andan poniendo estrellas), porque están los mejores actores y uno se caga de la risa. Pero llegas, te sientas, la butaca está con chicle, el cabro chico te bota las cabritas, la mina que invitaste está pololeando y la película es mala.
Recuerdo que antes de entrar a la universidad ya mi vieja había comprado las chapitas, los stickers para el vidrio trasero del auto, los cuadernos con el logo de la U y esas cosas para poner los documentos. Las tuvo que botar. No quedé en esa U. Mi vieja quería una tradicional y yo cualquiera que me diera algo para vivir.
Parece que todos tenemos un hermano mayor que ya ha sido el exitoso de la familia y te dice que son los mejores años de tu vida. Que en las horas libres te tiras en el pasto de la facu (porque me enseñó la jerga universitaria) conversando con las niñas que conoces en la pastoral y fumándote un porro. Me decía que me olvidara del colegio y del uniforme o de las anotaciones negativas. La libertad te atrapaba, te compraba unas cervezas y te llevaba a jugar pool con la gente que conoces. Y que no me preocupara si era tímido. Todo se reducía a una simple ecuación. Un tímido más un ritalín boy da un par de buenos amigos. Y el orden de los factores no altera el producto.
Pero llegué. Me instalé. La gente se agolpaba porque regalaban cosas. Me metí en la fila y se acabaron los completos. Quedaban bebidas Light solamente. Era el único que pensaba que las cosas sin calorías son un asco. Y los días pasaban y no podía sentarme en el pasto. Y fumé un porro y estuve pálido tres días. Fui a trabajos de verano y terminé siendo el único sin pareja. Soy malo para el pool y eso me valió la tarjeta roja para mis amigos.
No ayudó mucho ni los lentes grandes ni el gel. Tampoco el tratar de ir a tomar al Almagro porque soy siempre el que tiene que funcionar de grúa para los bultos.
Parece que me metí a actuar en rebelde sin causa sin ser James Dean. Tendré que asumir que sigo siendo una rara mezcla entre tri lambda y alfa beta fallido.
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