Al ir a la U siempre cruzo por el metro. Cuando estoy en las boleterías miro para todos lados. Siempre he soñado con que, de improviso, estás parada esperándome, sólo a mi, y me das un abrazo, me dices que me quieres más de lo que me lo has repetido y pasamos una tarde juntos.
Antes de abrir mi mail siempre cruzo los dedos. Lo hago porque espero que salga tu nombre en el destinatario y un sibjet lindo y que me escribas la carta que siempre esperé.
Algo como lo anterior me pasa con el teléfono. Si alguien llama pienso que podrías ser tú y corro y es mi abuela preguntando por mi mamá o cualquier otra persona.
Lo mismo con el cartero.
Tal vez he visto mucho la película 'Juegos sexuales', pero sueño con subir la escalera mecánica y que, al final de ella, estés eperando.
Tal vez ahora, cuando sólo espero que mamá me despierte y me diga que todo fue un mal sueño y sienta nuevamente la almohada de pelos blancos, se me pase. No lo creo. Pero soñar es gratis.
martes, mayo 29, 2007
jueves, mayo 24, 2007
Will you still need me, Will you still feed me? When i'm sixty four(8)
Recuerdo que cuando pequeño mi sueño era ser doctor o futbolista. Pensaba mucho en qué iba a gastar mi vida. Tal vez mi situación económica pedía un poco de dinero extra para mí. Me cargaba que no me compraran lo que quería. Hacía pataletas y mamá me ofrecía al mejor postor. Así me controlaban. Pero yo no me quedaba tranquilo.
El problema es cuando creces. Todo el mundo te habla del carpe diem y de la película de los poetas muertos y de que hay que vivir la vida y no sé qué otra cochiná más. El problema no es que la gente hable como perico cuando uno está en la adolescencia y te digan que todo ‘es por tu bien’, sino que uno se la llega a creer y, de una u otra forma, te embarran la vida desde el principio, cuando quieres conocer todo y terminas perdido en ti mismo. Me pasaba que los sueños se iban perdiendo mientras llegaba la PSU. Es que a uno le da miedo todo y se paraliza y es todo lo contrario a lo que se supone debe pasar. Yo nunca supe lo que quería.
Entonces llegan todas las preguntas que uno se tiene que hacer porque ya tus viejos te miran feo cuando sales tarde y no avisas y uno dice que es mayor de edad y se manda solo y tus viejos te dicen que te vayas a vivir a otra casa entonces. Hay ocasiones en que uno tiene que decidir y no se puede. Y no porque uno no quiera. La Isi me dice que desde que vio el efecto mariposa ya no se hace enredos con planificar las cosas porque uno nunca sabe lo que va a pasar. A ella le resulta porque su vida es como su comida… toda light. A mi no me puede pasar porque si no me quedo pegado en el mismo walkman escuchando las mismas canciones y tratando de no absorber el mismo mundo. Y no sé si me carga pero mamá dice que hay que ser grande para todo y no para lo que me conviene no más, y que hay que ser hombre y todas esas cosas que dicen las mamás para sacarse un peso de encima. Y me da vergüenza porque siempre en las pastorales te piden escribir cómo te ves en 10 años más y yo tengo que contestar que no sé.
Y te tratan de vago porque no entienden que uno no entiende. Si no produces no sirves. Así de simple. Y yo no produzco ni sueños porque no puedo. Mi viejo me quiere llevar al psicólogo porque todo lo soluciona con el psicólogo y ya me dijo que si tenía que comprarme pastillas me las va a comprar y que si tenía que quitarme el walkman lo va a hacer. Y el problema no es escuchar música si igual me voy a buscar otra cosa para salirme de aquí. El problema es que todos creen que estoy enfermo. Y no importa. Tal vez en un tiempo más ya no lo crean.
El problema es cuando creces. Todo el mundo te habla del carpe diem y de la película de los poetas muertos y de que hay que vivir la vida y no sé qué otra cochiná más. El problema no es que la gente hable como perico cuando uno está en la adolescencia y te digan que todo ‘es por tu bien’, sino que uno se la llega a creer y, de una u otra forma, te embarran la vida desde el principio, cuando quieres conocer todo y terminas perdido en ti mismo. Me pasaba que los sueños se iban perdiendo mientras llegaba la PSU. Es que a uno le da miedo todo y se paraliza y es todo lo contrario a lo que se supone debe pasar. Yo nunca supe lo que quería.
Entonces llegan todas las preguntas que uno se tiene que hacer porque ya tus viejos te miran feo cuando sales tarde y no avisas y uno dice que es mayor de edad y se manda solo y tus viejos te dicen que te vayas a vivir a otra casa entonces. Hay ocasiones en que uno tiene que decidir y no se puede. Y no porque uno no quiera. La Isi me dice que desde que vio el efecto mariposa ya no se hace enredos con planificar las cosas porque uno nunca sabe lo que va a pasar. A ella le resulta porque su vida es como su comida… toda light. A mi no me puede pasar porque si no me quedo pegado en el mismo walkman escuchando las mismas canciones y tratando de no absorber el mismo mundo. Y no sé si me carga pero mamá dice que hay que ser grande para todo y no para lo que me conviene no más, y que hay que ser hombre y todas esas cosas que dicen las mamás para sacarse un peso de encima. Y me da vergüenza porque siempre en las pastorales te piden escribir cómo te ves en 10 años más y yo tengo que contestar que no sé.
Y te tratan de vago porque no entienden que uno no entiende. Si no produces no sirves. Así de simple. Y yo no produzco ni sueños porque no puedo. Mi viejo me quiere llevar al psicólogo porque todo lo soluciona con el psicólogo y ya me dijo que si tenía que comprarme pastillas me las va a comprar y que si tenía que quitarme el walkman lo va a hacer. Y el problema no es escuchar música si igual me voy a buscar otra cosa para salirme de aquí. El problema es que todos creen que estoy enfermo. Y no importa. Tal vez en un tiempo más ya no lo crean.
domingo, mayo 20, 2007
(8)que no se te olvide acordarte...(8)
Me pasa que mientras más intento olvidar más me acuerdo. Y sé bien que tengo que hacer lo contrario y hablar y decir todas las cosas y por una vez en la vida autoapuñalarme para abrir completamente mi corazón y entender que la forma más fácil de dejar de recordar es la más difícil de decir.
Me pasa que cada vez que voy en el auto con mi familia vemos que, en el pavimento, hay mucha agua y después desaparece y uno piensa que algo había y que el sol estaba pegando muy fuerte. Y entonces me acuerdo que prometiste quererme y juntarte conmigo ese día y que no llegaste y me tuve que ir con la misma bolsa de basura llena de las mismas expectativas que te iba a entregar. Tendré que comprar más bolsas.
Me pasa que cada vez que intento ser especial soy más y más común porque ahora es moda ser especial y yo no quiero ser moda y no entiendo bien porque si quiero ser especial tengo que tratar de no ser moda pero la moda es ser especial y me enredo entero y al final saco la misma conclusión... Víctor Jara tenía razón.
Me pasa que cuando camino bajo la lluvia me acuerdo del comercial de tapsín y de la película que intentaban copiar. Me acuerdo de que el chaleco que llevo se pone hediondo con la humedad, que prometí comprar un paraguas y que refugiarse en un árbol sirve solamente para cuando andas con tu amiga que tiene aires de fotógrafa de Amelie. Y sé que te gusta todo eso porque piso las hojas y suena lindo.
Me pasa que cuando extrañas a alguien y después de un tiempo te encuentras con ella las cosas son distintas y dejas de extrañar o te das cuenta que ese sentimiento era sólo porque no estaba presente. Pero también me pasa que cuando me junto contigo se suma todo y se sigue sumando y el orden de los factores no altera el producto. Y no puedo evitarlo y, cuando quiero hacerlo, vuelvo inevitablemente a la primera parte de esta entrada.
Me pasa que cada vez que voy en el auto con mi familia vemos que, en el pavimento, hay mucha agua y después desaparece y uno piensa que algo había y que el sol estaba pegando muy fuerte. Y entonces me acuerdo que prometiste quererme y juntarte conmigo ese día y que no llegaste y me tuve que ir con la misma bolsa de basura llena de las mismas expectativas que te iba a entregar. Tendré que comprar más bolsas.
Me pasa que cada vez que intento ser especial soy más y más común porque ahora es moda ser especial y yo no quiero ser moda y no entiendo bien porque si quiero ser especial tengo que tratar de no ser moda pero la moda es ser especial y me enredo entero y al final saco la misma conclusión... Víctor Jara tenía razón.
Me pasa que cuando camino bajo la lluvia me acuerdo del comercial de tapsín y de la película que intentaban copiar. Me acuerdo de que el chaleco que llevo se pone hediondo con la humedad, que prometí comprar un paraguas y que refugiarse en un árbol sirve solamente para cuando andas con tu amiga que tiene aires de fotógrafa de Amelie. Y sé que te gusta todo eso porque piso las hojas y suena lindo.
Me pasa que cuando extrañas a alguien y después de un tiempo te encuentras con ella las cosas son distintas y dejas de extrañar o te das cuenta que ese sentimiento era sólo porque no estaba presente. Pero también me pasa que cuando me junto contigo se suma todo y se sigue sumando y el orden de los factores no altera el producto. Y no puedo evitarlo y, cuando quiero hacerlo, vuelvo inevitablemente a la primera parte de esta entrada.
domingo, mayo 13, 2007
your mother should know(8)
Si no tratan bien a sus mamis, Mr T vendrá a volarles todo su trasero y traerá a su amigo Chuck Norris para ello.
Feliz día a todas las mamis de los que pasan por acá, en especial a la mami de la Kathy (que es terrible pulenta porque escucha grunge), de la Valy, de la Karen y de la Piña, que son las que siempre pasan por acá.
domingo, mayo 06, 2007
Ángel bueno/Ángel malo
Mi barrio no es de los mejores. La mayoría de las veces la gente piensa que porque las casas están todas juntas tiene que haber algo malo y peligroso. No pasa en todas partes. Pero acá no es la excepción.
Cuando vino Beatriz a casa yo presentía que las cosas, o iban a salir muy bien o algo extraño pasaría. Preferí hacerle caso al angelito bueno y ordené lo que pude la casa. Ella no vivía como yo. Ella vivía en barrios buenos, donde las casas están separadas, donde la gente tiene ‘nana’ (y nana no es precisamente como le dicen a la abuela), donde las cosas, dicen, son más fáciles. Tenía que dar una buena impresión. No quería que se asustara con mi vida oculta.
Cuando Beatriz llegó no dijo nada. Dejó sus cosas en mi pieza y se tomó un café. Sabía que no me gustaba que tomara café. Le hace mal. Ella no entiende. Quizás yo tampoco.
Tenía ese miedo maldito que me hace ver las cosas de colores grises. Le pregunté si quería salir a pasear a la plaza. No quería que estuviera tanto rato en casa. Mis hermanos molestaban mucho y los amigos de ellos pasaban más acá que con sus papás.
Íbamos camino a la plaza cuando me tomó la mano y me dijo que tenía frío. La abracé. Las cosas no eran tan malas como parecían. El frío era una de las cosas que nos mantenían juntos, era una de las cosas que me acercaban más a lo que era. Ella se convertía en un gran abrazo. Yo me convertía en una sonrisa.
Cuando le llegó la primera bala en el costado tomó mi brazo bien fuerte. Mientras yo miraba hacia cualquier lado ella caía y, con ella, mi extremidad se desprendía de mí. Le perforaron el riñón y yo no sabía qué hacer. Tomé su celular y llamé a casa para ver si la podíamos salvar. Cada quejido moribundo se llevaba algo de mí. Ya no existían mis piernas, los ojos se me nublaban. Quedaba tan poco de ella como de mí. Las cosas no andaban bien y era cosa de mirar alrededor. Nadie acudía. Nadie en el horizonte. Sólo un poco de sangre en el pavimento y lágrimas de saber que hay algo que no puedes remediar y que, cuando necesitas a dios, no hay oración que valga. Por primera vez sentí lo que era estar sólo y no me gustaba esa sensación. Esto no tenía que ver con ser pobre o con tener plata. Esto tenía que ver con la fortuna.
Al final ella murió. Mi silla de ruedas era manejada por mi madre y yo, sentado al costado del ataúd, la miraba y entendía que no debería haber estado ahí. Ya no podía abrazar a nadie y eso era una impotencia horrible. Ya no podía caminar y eso me hacía tener que depender de algo que yo no quería. Y estaba vivo. Aunque ella se haya llevado todo lo demás.
Cuando vino Beatriz a casa yo presentía que las cosas, o iban a salir muy bien o algo extraño pasaría. Preferí hacerle caso al angelito bueno y ordené lo que pude la casa. Ella no vivía como yo. Ella vivía en barrios buenos, donde las casas están separadas, donde la gente tiene ‘nana’ (y nana no es precisamente como le dicen a la abuela), donde las cosas, dicen, son más fáciles. Tenía que dar una buena impresión. No quería que se asustara con mi vida oculta.
Cuando Beatriz llegó no dijo nada. Dejó sus cosas en mi pieza y se tomó un café. Sabía que no me gustaba que tomara café. Le hace mal. Ella no entiende. Quizás yo tampoco.
Tenía ese miedo maldito que me hace ver las cosas de colores grises. Le pregunté si quería salir a pasear a la plaza. No quería que estuviera tanto rato en casa. Mis hermanos molestaban mucho y los amigos de ellos pasaban más acá que con sus papás.
Íbamos camino a la plaza cuando me tomó la mano y me dijo que tenía frío. La abracé. Las cosas no eran tan malas como parecían. El frío era una de las cosas que nos mantenían juntos, era una de las cosas que me acercaban más a lo que era. Ella se convertía en un gran abrazo. Yo me convertía en una sonrisa.
Cuando le llegó la primera bala en el costado tomó mi brazo bien fuerte. Mientras yo miraba hacia cualquier lado ella caía y, con ella, mi extremidad se desprendía de mí. Le perforaron el riñón y yo no sabía qué hacer. Tomé su celular y llamé a casa para ver si la podíamos salvar. Cada quejido moribundo se llevaba algo de mí. Ya no existían mis piernas, los ojos se me nublaban. Quedaba tan poco de ella como de mí. Las cosas no andaban bien y era cosa de mirar alrededor. Nadie acudía. Nadie en el horizonte. Sólo un poco de sangre en el pavimento y lágrimas de saber que hay algo que no puedes remediar y que, cuando necesitas a dios, no hay oración que valga. Por primera vez sentí lo que era estar sólo y no me gustaba esa sensación. Esto no tenía que ver con ser pobre o con tener plata. Esto tenía que ver con la fortuna.
Al final ella murió. Mi silla de ruedas era manejada por mi madre y yo, sentado al costado del ataúd, la miraba y entendía que no debería haber estado ahí. Ya no podía abrazar a nadie y eso era una impotencia horrible. Ya no podía caminar y eso me hacía tener que depender de algo que yo no quería. Y estaba vivo. Aunque ella se haya llevado todo lo demás.
viernes, mayo 04, 2007
Sur
Una vez escuché a mi abuelo decir que uno, antes de nacer, elige si quiere ser pobre o quiere ser millonario y que nosotros habíamos sido muy lesos y habíamos preferido ser pobres. Así se explicaba muchas cosas. Era la forma de amenizar un juego de cartas en una noche helada. No había parafina para la estufa.
Mamá nos hablaba cosas de la vida. Que nada es fácil. Que hay que vivir con lo que uno tiene. Mamá solía decirnos cosas alentadoras pero en la noche la escuchaba llorar. Estaba en la otra pieza con mis hermanos pero las paredes hablaban y podía escucharla sollozar junto a mi papá. Decía cosas contra Dios, contra su educación, contra el mundo. Lloraba por nosotros y yo lo sabía. No podía hacer mucho.
Ese día, cuando íbamos en los dos tríos y una escala, papá llegó con un Berlín de los que vendía la señora Olga en su casa. Recuerdo bien ese momento porque me encantaba el manjar. Lo repartimos entre cinco. Pareciera que me dio fuerza porque gané tres juegos seguidos. Mi abuelo me miraba solamente, como diciendo “buen trabajo”
Dormíamos tres por cama. Era la forma de ahorrar en calefacción. Yo dormía con la Sofía y el Pablo, La Karen dormía con Seba y con la Antonieta, mi abuelo dormía con mi abuela y Mi papá con mi mamá y la Kathy que era muy chiquitita y a mamá le daba miedo que alguien la aplastara. Hacíamos competencia de peos. El que sonaba más fuerte o el más hediondo ganaba. Todo dependía del día. La televisión era para la gente de otras partes. La radio siempre estaba sonando en los tangos de mi abuelo. Sur, que era el tango preferido de mi abuela, lo conocía de memoria y lo cantábamos a coro entre todos. Con coreografía y movimientos raros. Hay gente que chamulla el inglés. Nosotros chamulleábamos el tango.
La noche estaba comenzando recién. Era viernes y el fin de semana se venía bueno. Una de las cosas que me gustaba del 21 de mayo era que papá y mamá no trabajaban los feriados. Lo que no me gustaba era quedarme después de clases recortando laminitas de un viejo barbudo todos los años. El último juego lo había ganado el Seba. Ahora nos tocaba el dominó y la Sofía era experta. Mi abuelo sólo miraba. Mi abuela dormía en la pieza del fondo.
Mis compañeros de colegio siempre leían revistas de hartos colores. A mi me gustaba leer. Encontraba lindo conocer otras cosas y imaginarse a uno en medio de todo eso. Una vez leí que hay personas que extrañaban el hecho de que sus desayunos ya no sean pan con palta. A mi me pasaba lo mismo. A veces la abuela hacía pailas con huevos porque guardaba los que sus gallinas ponían. Eran huevos rosaditos. Comíamos un pan cada uno y el té, a veces, lo endulzábamos con uno de los caramelos que traía papá. Mamá decía que el azúcar era muy cara y que, si no racionábamos, terminaríamos tomando té solo. Una vez pilló a la Antonieta comiéndosela a cucharadas y le pegó y se quedó sin salir.
El frío nos hizo parar un rato, cambiar la emisora de la radio y ponernos a bailar entre todos. A cada vuelta veía sonreír a todos. No me importó mucho tener que salir al otro día a buscar sacos de porotos verdes para pelarlos en casa. Sólo recordaba a mamá diciendo que la vida es difícil. Y me reía.
*para ti abuelo que cuidas mis pasos y soplas en mi algo más grande que la vida. Te quiero aunque ya no estés. Tal vez en el cielo Dios tenga wi fi y te preste su computador para que lo leas y veas que tu vida fue mucho más que una anécdota. Tu vida es el molde de la mía.
Mamá nos hablaba cosas de la vida. Que nada es fácil. Que hay que vivir con lo que uno tiene. Mamá solía decirnos cosas alentadoras pero en la noche la escuchaba llorar. Estaba en la otra pieza con mis hermanos pero las paredes hablaban y podía escucharla sollozar junto a mi papá. Decía cosas contra Dios, contra su educación, contra el mundo. Lloraba por nosotros y yo lo sabía. No podía hacer mucho.
Ese día, cuando íbamos en los dos tríos y una escala, papá llegó con un Berlín de los que vendía la señora Olga en su casa. Recuerdo bien ese momento porque me encantaba el manjar. Lo repartimos entre cinco. Pareciera que me dio fuerza porque gané tres juegos seguidos. Mi abuelo me miraba solamente, como diciendo “buen trabajo”
Dormíamos tres por cama. Era la forma de ahorrar en calefacción. Yo dormía con la Sofía y el Pablo, La Karen dormía con Seba y con la Antonieta, mi abuelo dormía con mi abuela y Mi papá con mi mamá y la Kathy que era muy chiquitita y a mamá le daba miedo que alguien la aplastara. Hacíamos competencia de peos. El que sonaba más fuerte o el más hediondo ganaba. Todo dependía del día. La televisión era para la gente de otras partes. La radio siempre estaba sonando en los tangos de mi abuelo. Sur, que era el tango preferido de mi abuela, lo conocía de memoria y lo cantábamos a coro entre todos. Con coreografía y movimientos raros. Hay gente que chamulla el inglés. Nosotros chamulleábamos el tango.
La noche estaba comenzando recién. Era viernes y el fin de semana se venía bueno. Una de las cosas que me gustaba del 21 de mayo era que papá y mamá no trabajaban los feriados. Lo que no me gustaba era quedarme después de clases recortando laminitas de un viejo barbudo todos los años. El último juego lo había ganado el Seba. Ahora nos tocaba el dominó y la Sofía era experta. Mi abuelo sólo miraba. Mi abuela dormía en la pieza del fondo.
Mis compañeros de colegio siempre leían revistas de hartos colores. A mi me gustaba leer. Encontraba lindo conocer otras cosas y imaginarse a uno en medio de todo eso. Una vez leí que hay personas que extrañaban el hecho de que sus desayunos ya no sean pan con palta. A mi me pasaba lo mismo. A veces la abuela hacía pailas con huevos porque guardaba los que sus gallinas ponían. Eran huevos rosaditos. Comíamos un pan cada uno y el té, a veces, lo endulzábamos con uno de los caramelos que traía papá. Mamá decía que el azúcar era muy cara y que, si no racionábamos, terminaríamos tomando té solo. Una vez pilló a la Antonieta comiéndosela a cucharadas y le pegó y se quedó sin salir.
El frío nos hizo parar un rato, cambiar la emisora de la radio y ponernos a bailar entre todos. A cada vuelta veía sonreír a todos. No me importó mucho tener que salir al otro día a buscar sacos de porotos verdes para pelarlos en casa. Sólo recordaba a mamá diciendo que la vida es difícil. Y me reía.
*para ti abuelo que cuidas mis pasos y soplas en mi algo más grande que la vida. Te quiero aunque ya no estés. Tal vez en el cielo Dios tenga wi fi y te preste su computador para que lo leas y veas que tu vida fue mucho más que una anécdota. Tu vida es el molde de la mía.
martes, mayo 01, 2007
Chiste Kitsch
La nueva sección del blog que marca el paso trata de esos típicos chistes que comenzaste a aprender cuando eras muy chico y que quedaron para siempre. Son esos mismos chistes que ahora cumplen 154 años pero que siguen vigentes en el inconciente colectivo.
Esto es CHISTE KITSCH
Juan: ¿te cuento un chiste al revés?
Alonso: Dale
Juan: Ríete primero
tan tan(8)
Esto es CHISTE KITSCH
Juan: ¿te cuento un chiste al revés?
Alonso: Dale
Juan: Ríete primero
tan tan(8)
El cuento que podría resumir Liniers
El problema que ella tenía estaba en su cabeza. Si hubiese podido ser más pequeño y meterme en su oído, habría invadido sus pensamientos y me hubiese encontrado con una gran araña. Me lo imaginaba así. Una araña con un crochet.
Recuerdo que un día pude hacerme chiquitito. Recordé las veces que mi hermano me decía que lo del chapulín era sólo efectos especiales. Ahora era yo el que pensaba que era incrédulo. Ese día estaba abrazándola y, de repente, sentí que mis párpados pesaban. Era el efecto de achicarse. Los párpados eran lo último en perder su tamaño original.
La abracé y me quedé en ella. Entré por la nariz mientras escuchaba que ella me buscaba y pedía explicaciones por todo. Intento llamar a su madre que era licenciada en física o en química o en alguna de esas ciencias y le pedía que le diera una rápida explicación. El ruido era enorme. Su cabeza hacía un eco infernal que sólo pude aguantar cuando se tapó los oídos y se puso a llorar, sola.
Subí por sus ojos grandes y divisé parte de su cerebro. Todo era extraño y un foco alumbraba para todas partes. Me enceguecí y corrí hacia alguna parte. Logré zafar mi vista y mis sentidos pero la orientación me fallaba. No sabía donde estaba.
Era un gran túnel lleno de relojes y manzanas caídas. Había números colgando. Había telas de araña. Fue ahí donde recordé lo que siempre creí. Era su mente, la misma que me había hecho pensar en cosas que no quería pensar. Sabía que tenía que encontrar a la araña. No entiendo porqué pero tenía que hacerlo.
Cuando la encontré tuve una rara sensación. No tuve miedo. Era la primera vez que una araña de su especie, venenosa y grande, no me asustaba. Quizás fue porque la vi llorando, sentada en una gran piedra y con los palillos en sus patas superiores. Me dijo que no sabía tejer y que había llegado a ese trabajo de casualidad, porque su madre se lo había dicho, porque mintió en el currículum y dijo que tenía más experiencia de la que ella realmente poseía. Pero no quiso que la sacara de ahí. Y aunque me quise quedar ella me lo negó. Me dijo que quizás, como en las películas, nos encontraríamos en la calle algún día y que nos abrazaríamos bien fuerte pero que, por ahora, quería estar sola aunque no supiera realmente porqué. No tuve opción. Su abdomen comenzó a asustarme y preferí huir. Salí por donde mismo había entrado.
Cuando salí de ella estaba dormida. Estábamos en casa. El tiempo había pasado lentamente. Le di unas palmaditas en su cara y despertó. Cuando me vio me abrazó bien fuerte y me dijo que había soñado que se metía en mi corazón y que se había encontrado con una araña tejedora.
Recuerdo que un día pude hacerme chiquitito. Recordé las veces que mi hermano me decía que lo del chapulín era sólo efectos especiales. Ahora era yo el que pensaba que era incrédulo. Ese día estaba abrazándola y, de repente, sentí que mis párpados pesaban. Era el efecto de achicarse. Los párpados eran lo último en perder su tamaño original.
La abracé y me quedé en ella. Entré por la nariz mientras escuchaba que ella me buscaba y pedía explicaciones por todo. Intento llamar a su madre que era licenciada en física o en química o en alguna de esas ciencias y le pedía que le diera una rápida explicación. El ruido era enorme. Su cabeza hacía un eco infernal que sólo pude aguantar cuando se tapó los oídos y se puso a llorar, sola.
Subí por sus ojos grandes y divisé parte de su cerebro. Todo era extraño y un foco alumbraba para todas partes. Me enceguecí y corrí hacia alguna parte. Logré zafar mi vista y mis sentidos pero la orientación me fallaba. No sabía donde estaba.
Era un gran túnel lleno de relojes y manzanas caídas. Había números colgando. Había telas de araña. Fue ahí donde recordé lo que siempre creí. Era su mente, la misma que me había hecho pensar en cosas que no quería pensar. Sabía que tenía que encontrar a la araña. No entiendo porqué pero tenía que hacerlo.
Cuando la encontré tuve una rara sensación. No tuve miedo. Era la primera vez que una araña de su especie, venenosa y grande, no me asustaba. Quizás fue porque la vi llorando, sentada en una gran piedra y con los palillos en sus patas superiores. Me dijo que no sabía tejer y que había llegado a ese trabajo de casualidad, porque su madre se lo había dicho, porque mintió en el currículum y dijo que tenía más experiencia de la que ella realmente poseía. Pero no quiso que la sacara de ahí. Y aunque me quise quedar ella me lo negó. Me dijo que quizás, como en las películas, nos encontraríamos en la calle algún día y que nos abrazaríamos bien fuerte pero que, por ahora, quería estar sola aunque no supiera realmente porqué. No tuve opción. Su abdomen comenzó a asustarme y preferí huir. Salí por donde mismo había entrado.
Cuando salí de ella estaba dormida. Estábamos en casa. El tiempo había pasado lentamente. Le di unas palmaditas en su cara y despertó. Cuando me vio me abrazó bien fuerte y me dijo que había soñado que se metía en mi corazón y que se había encontrado con una araña tejedora.
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