Mi barrio no es de los mejores. La mayoría de las veces la gente piensa que porque las casas están todas juntas tiene que haber algo malo y peligroso. No pasa en todas partes. Pero acá no es la excepción.
Cuando vino Beatriz a casa yo presentía que las cosas, o iban a salir muy bien o algo extraño pasaría. Preferí hacerle caso al angelito bueno y ordené lo que pude la casa. Ella no vivía como yo. Ella vivía en barrios buenos, donde las casas están separadas, donde la gente tiene ‘nana’ (y nana no es precisamente como le dicen a la abuela), donde las cosas, dicen, son más fáciles. Tenía que dar una buena impresión. No quería que se asustara con mi vida oculta.
Cuando Beatriz llegó no dijo nada. Dejó sus cosas en mi pieza y se tomó un café. Sabía que no me gustaba que tomara café. Le hace mal. Ella no entiende. Quizás yo tampoco.
Tenía ese miedo maldito que me hace ver las cosas de colores grises. Le pregunté si quería salir a pasear a la plaza. No quería que estuviera tanto rato en casa. Mis hermanos molestaban mucho y los amigos de ellos pasaban más acá que con sus papás.
Íbamos camino a la plaza cuando me tomó la mano y me dijo que tenía frío. La abracé. Las cosas no eran tan malas como parecían. El frío era una de las cosas que nos mantenían juntos, era una de las cosas que me acercaban más a lo que era. Ella se convertía en un gran abrazo. Yo me convertía en una sonrisa.
Cuando le llegó la primera bala en el costado tomó mi brazo bien fuerte. Mientras yo miraba hacia cualquier lado ella caía y, con ella, mi extremidad se desprendía de mí. Le perforaron el riñón y yo no sabía qué hacer. Tomé su celular y llamé a casa para ver si la podíamos salvar. Cada quejido moribundo se llevaba algo de mí. Ya no existían mis piernas, los ojos se me nublaban. Quedaba tan poco de ella como de mí. Las cosas no andaban bien y era cosa de mirar alrededor. Nadie acudía. Nadie en el horizonte. Sólo un poco de sangre en el pavimento y lágrimas de saber que hay algo que no puedes remediar y que, cuando necesitas a dios, no hay oración que valga. Por primera vez sentí lo que era estar sólo y no me gustaba esa sensación. Esto no tenía que ver con ser pobre o con tener plata. Esto tenía que ver con la fortuna.
Al final ella murió. Mi silla de ruedas era manejada por mi madre y yo, sentado al costado del ataúd, la miraba y entendía que no debería haber estado ahí. Ya no podía abrazar a nadie y eso era una impotencia horrible. Ya no podía caminar y eso me hacía tener que depender de algo que yo no quería. Y estaba vivo. Aunque ella se haya llevado todo lo demás.
domingo, mayo 06, 2007
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5 comentarios:
la gente muere, pero yo creo en fantasmas.
p.s: adivina quién volvió
hay sebi!!!
justo cuando te iba a preguntar quien era Beatriz se murió...
bueno...será el cierre de una etapa??, será un triste final?, será un recomenzar???...solo tu lo sabes...
Un beso gigante....
ute sabe q le kiero...aiosss
Yo veo gente muerta. De verdad. (Bueno, un poquito)
Querido, sería incapaz de hacerlo. Alguien tendría que decidirlo por mí para que ocurriera. Y nadie lo haría, ¿cierto?
wn trágico.
((si, wn))
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