Mi padre nos despertaba en la mañana. Se levantaba antes que nosotros porque tenía un horario que no nos favorecía. Salía a las 6:30 de la mañana todos los días y acostumbraba llegar a las 11 de la noche, cansado, con las manos negras y con su polera sin mangas toda sudada. En toda época del año era así. Si no eran gotas de sudor era la lluvia que tenía que soportar desde que se bajaba de la micro hasta llegar a la casa. Mi hermano me decía que por eso yo había sido el último de la familia, porque desde que mi mamá me tuvo y éramos ya 6 los integrantes de la casa, mi papá necesitaba un trabajo que demandara más dinero y con eso más tiempo. –Los papás ya no tienen tiempo ni dinero suficiente para llamar a París ni para plantar semillitas- me dijo mientras jugábamos nintendo. Yo le dije que no importaba y que yo podría hacerlo. Que cuando fuéramos a la feria compraríamos semillas y yo las plantaría donde mi abuelo. Se rió solamente y murmuró algo con campos ajenos.
Después que mi papá despertaba, se duchaba y nos hacía a todos el desayuno. Un té con pan tostado a mi mamá, un café con otro pan tostado para mi hermano y una mamadera con leche Nido y Nestum para mi. Yo me tomaba ‘la papa’ dormido mientras que mi papá me daba un beso en la frente y salía de la pieza. A veces despertaba y me iba a la cama de mi mamá a ocupar el lado que dejaba mi papá cuando se iba. Antes que mi viejo abriera la puerta para irse, le daba cinco besos a mi mamá. Uno en la frente, uno en cada mejilla, uno en la nariz y uno en la boca. Después de eso ponía el despertador para que sonara media hora después, agarraba una chaqueta roñosa que tenía y se iba a trabajar.
Cuando sonaba la radio reloj nos levantábamos y era cosa de vestirnos e irnos. Yo ya había aprendido a bañarme solo y mi madre prefería que lo hiciera en las noches. Ella me secaba el pelo esperando a mi viejo. Me decía que me parecía a él.
Salíamos rápidamente. Mi mamá me iba a dejar al colegio y ella se iba a trabajar. Mi papá me daba cien pesos para comprarme algunos tabletones o para comer filitos. A veces juntaba esa plata y en vez de comprar suflés me los gastaba en masticables o en miti miti de fruta. Me gustaban porque me los comía en tres pasadas o me los metía todo a la boca y estaba toda la clase masticando hasta que se me quedaba pegado en el paladar. Lo intentaba sacar con la lengua y cuando lo hacía me quedaba picando la parte de arriba de la boca y era molesto. Pero valía la pena. De eso estaba seguro.
De tanto comer chicle y dulces media hora se me empezaron a caer los dientes. Mi mamá dijo que era normal, que eran los de leche y que esos, tarde o temprano se me iban a caer. Nunca supo que yo me escapaba de esos vasos con fluor que daban en el colegio porque su sabor me recordaba los jarabes para la tos.
Cuando se me cayó el diente (en rigor no se me cayó sino que mi papá me lo amarró con un hilo de extremos diente-puerta) mi viejo me dijo que lo pusiera debajo de la almohada porque iba a venir ‘el ratón de los dientes’ a buscarlo y a dejarme plata por él. Me contó una historia digna de barbie, con hadas y ratones que usan los dientes para dárselos a las señoras que se juntan con la esposa del presidente. Me puse contento porque podría comprar más dulces en el kiosco. Lo puse debajo de mi cabeza y me quedé despierto para ver al ratón cuando llegara. A los cinco minutos me quedé dormido.
Eran como las cuatro de la mañana cuando vi a mi papá prendiendo la luz y levantando mi almohada con doscientos pesos en su mano. La verdad es que no me desperté por eso sino que escuché a mi madre gritarle unas cosas a mi viejo. Lo miré y me miró con cara de ‘perdón’ y salió de la pieza a tratar de calmar a mi mamá. Nunca me gustaron los gritos y nunca los había escuchado gritar. Prefería escuchar a la Kathy Salosny presentando a los grupos con vocalistas que no conocían el ritalín y que escuchaba mi hermano cuando mis viejos no estaban. Me levanté y los dos lloraban. No me calmé porque tenía poca edad para entender qué era eso. Ni los remedios que tomaba para parar mi insomnio resultaron. Las cosas empeoraban y yo estaba en el medio, tratando de que dejaran de decirse cosas que los papás no deberían decirse. Cuando me vieron se callaron. Me di cuenta que ya no era hijo de los dos sino de uno sólo. Para mi papá era el hijo de mi mamá y para mi mamá era el hijo de mi papá. No tenía traumas y ellos estaban buscando culpables en ellos mismos. Nunca supieron que era mi primer trauma el que estaba mirando. Se sentaron. Se miraron y no decían nada. Me puse al medio y uno de ellos me abrazó. Después el otro. Ahora cada uno me quería por su lado. Cada uno me quería por separado.
Mi mamá me dijo que mi papá se iba porque había encontrado otra gente, otras que no eran como ella pero que le daban cosas que ella no podía. Mi papá me dijo que no me preocupara y que siempre me iba a querer. Yo no entendía porqué me decían eso si ya lo sabía. Mi mamá dijo que se acabó y le tiró una maleta vieja para que guardara sus cosas. Yo lloraba porque se iba, porque es como que si se te quiebra una pata y cuesta que cicatrice. Sólo atiné a ir a mi pieza, levantar la almohada y agarrar los doscientos pesos que habían para que tuviera para la micro.
sábado, diciembre 30, 2006
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5 comentarios:
Daba gusto andar idealizando a los papás, supuestamente cuando chica decía que me casaría con mi papá.
Pero es el problema con idealizar, te terminas pegando porrazos con la realidad.
Lo de las semillas lo encontré notable.
me gusto el final...eso es muy raro en mi
tambien tiene buen nombre...
i like it
cuidate loco...ahh, y feliz año nuevo!! :D
me hiciste adicta a leerte.
Y es extraño, porque escucho Paperback Writer y me imagino que ese debes ser tú, con toda humildad =P
Como que toda la gente estos dias anda haciéndose amigo de las ausencias y ni se aparecen, quizás es el calor... como que lo aletarga todo.
Pero bueno, que sabré yo.
Me parece que debe hartar que comente nuevamente, pero lo hago igual (el Rebe me aconseja, viteh?)
Ya, chauchera vecinirijillo.
Tus historias son entretenidas po la simpleza de ellas. Son cosas que le pasan a todos.
Saludos Sebastián nos vemos en marzo.
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