Mi padre nos despertaba en la mañana. Se levantaba antes que nosotros porque tenía un horario que no nos favorecía. Salía a las 6:30 de la mañana todos los días y acostumbraba llegar a las 11 de la noche, cansado, con las manos negras y con su polera sin mangas toda sudada. En toda época del año era así. Si no eran gotas de sudor era la lluvia que tenía que soportar desde que se bajaba de la micro hasta llegar a la casa. Mi hermano me decía que por eso yo había sido el último de la familia, porque desde que mi mamá me tuvo y éramos ya 6 los integrantes de la casa, mi papá necesitaba un trabajo que demandara más dinero y con eso más tiempo. –Los papás ya no tienen tiempo ni dinero suficiente para llamar a París ni para plantar semillitas- me dijo mientras jugábamos nintendo. Yo le dije que no importaba y que yo podría hacerlo. Que cuando fuéramos a la feria compraríamos semillas y yo las plantaría donde mi abuelo. Se rió solamente y murmuró algo con campos ajenos.
Después que mi papá despertaba, se duchaba y nos hacía a todos el desayuno. Un té con pan tostado a mi mamá, un café con otro pan tostado para mi hermano y una mamadera con leche Nido y Nestum para mi. Yo me tomaba ‘la papa’ dormido mientras que mi papá me daba un beso en la frente y salía de la pieza. A veces despertaba y me iba a la cama de mi mamá a ocupar el lado que dejaba mi papá cuando se iba. Antes que mi viejo abriera la puerta para irse, le daba cinco besos a mi mamá. Uno en la frente, uno en cada mejilla, uno en la nariz y uno en la boca. Después de eso ponía el despertador para que sonara media hora después, agarraba una chaqueta roñosa que tenía y se iba a trabajar.
Cuando sonaba la radio reloj nos levantábamos y era cosa de vestirnos e irnos. Yo ya había aprendido a bañarme solo y mi madre prefería que lo hiciera en las noches. Ella me secaba el pelo esperando a mi viejo. Me decía que me parecía a él.
Salíamos rápidamente. Mi mamá me iba a dejar al colegio y ella se iba a trabajar. Mi papá me daba cien pesos para comprarme algunos tabletones o para comer filitos. A veces juntaba esa plata y en vez de comprar suflés me los gastaba en masticables o en miti miti de fruta. Me gustaban porque me los comía en tres pasadas o me los metía todo a la boca y estaba toda la clase masticando hasta que se me quedaba pegado en el paladar. Lo intentaba sacar con la lengua y cuando lo hacía me quedaba picando la parte de arriba de la boca y era molesto. Pero valía la pena. De eso estaba seguro.
De tanto comer chicle y dulces media hora se me empezaron a caer los dientes. Mi mamá dijo que era normal, que eran los de leche y que esos, tarde o temprano se me iban a caer. Nunca supo que yo me escapaba de esos vasos con fluor que daban en el colegio porque su sabor me recordaba los jarabes para la tos.
Cuando se me cayó el diente (en rigor no se me cayó sino que mi papá me lo amarró con un hilo de extremos diente-puerta) mi viejo me dijo que lo pusiera debajo de la almohada porque iba a venir ‘el ratón de los dientes’ a buscarlo y a dejarme plata por él. Me contó una historia digna de barbie, con hadas y ratones que usan los dientes para dárselos a las señoras que se juntan con la esposa del presidente. Me puse contento porque podría comprar más dulces en el kiosco. Lo puse debajo de mi cabeza y me quedé despierto para ver al ratón cuando llegara. A los cinco minutos me quedé dormido.
Eran como las cuatro de la mañana cuando vi a mi papá prendiendo la luz y levantando mi almohada con doscientos pesos en su mano. La verdad es que no me desperté por eso sino que escuché a mi madre gritarle unas cosas a mi viejo. Lo miré y me miró con cara de ‘perdón’ y salió de la pieza a tratar de calmar a mi mamá. Nunca me gustaron los gritos y nunca los había escuchado gritar. Prefería escuchar a la Kathy Salosny presentando a los grupos con vocalistas que no conocían el ritalín y que escuchaba mi hermano cuando mis viejos no estaban. Me levanté y los dos lloraban. No me calmé porque tenía poca edad para entender qué era eso. Ni los remedios que tomaba para parar mi insomnio resultaron. Las cosas empeoraban y yo estaba en el medio, tratando de que dejaran de decirse cosas que los papás no deberían decirse. Cuando me vieron se callaron. Me di cuenta que ya no era hijo de los dos sino de uno sólo. Para mi papá era el hijo de mi mamá y para mi mamá era el hijo de mi papá. No tenía traumas y ellos estaban buscando culpables en ellos mismos. Nunca supieron que era mi primer trauma el que estaba mirando. Se sentaron. Se miraron y no decían nada. Me puse al medio y uno de ellos me abrazó. Después el otro. Ahora cada uno me quería por su lado. Cada uno me quería por separado.
Mi mamá me dijo que mi papá se iba porque había encontrado otra gente, otras que no eran como ella pero que le daban cosas que ella no podía. Mi papá me dijo que no me preocupara y que siempre me iba a querer. Yo no entendía porqué me decían eso si ya lo sabía. Mi mamá dijo que se acabó y le tiró una maleta vieja para que guardara sus cosas. Yo lloraba porque se iba, porque es como que si se te quiebra una pata y cuesta que cicatrice. Sólo atiné a ir a mi pieza, levantar la almohada y agarrar los doscientos pesos que habían para que tuviera para la micro.
sábado, diciembre 30, 2006
martes, diciembre 26, 2006
Eterno Recuerdo
Años después de lo que pasó con mi abuelo en la viña vine a soñar con él. Tenía 15 años y ya había empezado la pubertad. Estaba lleno de granos, de espinillas, de puntos negros. Tenía una mano más grande que la otra y me encerraba en el baño por 15 minutos cada tres días. Uno cree que las mamás no se dan cuenta de eso pero, cuando cumplí 20, mi mamá me dijo que todo el mundo sabía a lo que iba. Me dio vergüenza.
La noche que soñé con mi abuelo lo veía vivo. Obvio. Nadie conversa con los muertos. Estaba en su silla favorita, en la bodega. Estábamos todos los nietos en un semicírculo, sentados como nos había enseñado la abuela. –Pónganse como gitanos, crucen las piernas- Antes que mi abuelo comenzara a narrar sus historias yo me puse a contarle las arrugas. Apuntaba cada una con el dedo y le decía a Mauricio, mi primo de punta arenas que ahora se hizo paco, que yo podía sacar la edad del abuelo con sólo saber cuántos pliegues de piel tenía. -75 años tiene- le mentí. Yo me sabía la edad de mi abuelo pero quise hacerme el interesante ya que en la tele le sacaban la edad a las tortugas con sólo saber los círculos de su caparazón. Me gané el título de ‘dato inútil’. Mi tío José me puso así.
El abuelo comenzaba a contarnos la vez que fue a su ciudad natal, Lebu, a visitar a su madre. Cuando llegó estaban sus hermanos, sus padres y sus primos y tíos. Se sentaron a la mesa y él les dijo que no volvería para allá, que había encontrado y comprado un terreno para hacerse una casita y vivir con mi abuela Eugenia. Era la primera vez que todos lo veían independiente y satisfecho y por eso no lo retaron. -En esos tiempos era difícil irse de la casa a buscar oportunidades a la capital, la mayoría se devolvía con las manos vacías- nos decía mientras tomaba una copa, abría uno de esos barriles grandes y le echaba vino dentro. –Así hice mi primera inversión y años después planté la primera parra- nos decía y todos estábamos atentos. Tenía una forma especial de contarnos las cosas porque nos miraba a todos fijamente. Él siempre quiso estudiar teatro. Él nunca pudo estudiar teatro. Hubo un momento en que salíamos de la casa y nos mostraba nuevamente la viña y nos decía cosas del esfuerzo y que la sociedad del nintendo iba a formar gente gorda y sin futuro.
Desperté de sobresalto porque pasábamos un puente al que le faltaban palos y Mauricio me empujaba y yo me caía. Eran las 7 de la mañana y me quedé hasta las diez pensando. Era sábado y no había colegio. Me alivié y fui a buscar el diario.
Después de almuerzo mi hermano me invitó al Blockbuster a arrendar una película. Le pedimos a mi vieja que nos llevara y que pasáramos al supermercado a comprar cosas para comer. Mi hermano sacó una casata Chamonix de tres sabores, un maní marco polo y unas frito crack porque le recordaban el colegio. Teníamos mucho para comer. Nos fuimos al blockbuster llenos de bolsas. Mi hermano quería ver singles por decimoquinta vez. Yo la quería ver también porque aparecía Eddie Vedder y Pearl Jam era mi grupo favorito en ese tiempo. Nos dijeron que no estaba. Mi hermano casi se agarra a combos con el vendedor por publicidad engañosa. –Se supone que siempre hay una copia para ti- le dijo mientras lo agarraba de la chapita con el nombre. Se llamaba Carl, como en los blockbuster de Estados Unidos donde todos se llaman Carl, tienen espinillas y están enamorados de la niña linda que también trabaja ahí y que se llama Jenny. Antes que le pegara el primer combo yo saqué una película que tenía en la carátula un hombre chino con cara de perdido. Le dije que la quería ver porque si los chinos hacían películas como Dragon Ball Z, porqué no iba a hacer otras mejores. –La llevo, pero esto no les va a quitar la demanda al Sernac- le dijo mi hermano.
La película se llamaba After life y tenía letras rojas.
Esperamos a que mi mamá terminara de ver el Pase lo que pase –Porque me encanta la pareja que hace Camiroaga con la Doggenweiller- nos decía siempre. Mi mamá nos acompañó a ver la película y nos dio un color del helado a cada uno. Me tocó el de vainilla, a mi hermano el de chocolate y a ella el de frutilla. La película, a grandes rasgos tratada de que cuando te mueres debes elegir un recuerdo para atesorarlo para toda la eternidad. Lo demás se borra. Sólo un recuerdo que hay que elegir.
Cuando terminó, prendimos las luces, pusimos la película en la caja para prestársela a la vecina y mi mamá, que al igual que nosotros quedó con hambre, nos invitó a tomar once. Pusimos la mesa, mi madre hizo unas paltas y tomamos té en hoja. Pocas veces habíamos hecho vida de familia y ahora se hizo. Nos sentamos todos juntos, yo puse la comida del perro al lado de la mesa para suplir algunas ausencias recientes y mi madre empezó a hablar. Nos dijo que no había soñado con mi abuelo hasta ayer. Que ella estaba detrás de la puerta escuchando la historia que él le contaba a sus nietos (entre ellos, nosotros) y que trataba de su viaje a Lebu para visitar a nuestra abuela. Cuando mi hermano lo escuchó quedó helado. Y todos seguimos comiendo en silencio.
La noche que soñé con mi abuelo lo veía vivo. Obvio. Nadie conversa con los muertos. Estaba en su silla favorita, en la bodega. Estábamos todos los nietos en un semicírculo, sentados como nos había enseñado la abuela. –Pónganse como gitanos, crucen las piernas- Antes que mi abuelo comenzara a narrar sus historias yo me puse a contarle las arrugas. Apuntaba cada una con el dedo y le decía a Mauricio, mi primo de punta arenas que ahora se hizo paco, que yo podía sacar la edad del abuelo con sólo saber cuántos pliegues de piel tenía. -75 años tiene- le mentí. Yo me sabía la edad de mi abuelo pero quise hacerme el interesante ya que en la tele le sacaban la edad a las tortugas con sólo saber los círculos de su caparazón. Me gané el título de ‘dato inútil’. Mi tío José me puso así.
El abuelo comenzaba a contarnos la vez que fue a su ciudad natal, Lebu, a visitar a su madre. Cuando llegó estaban sus hermanos, sus padres y sus primos y tíos. Se sentaron a la mesa y él les dijo que no volvería para allá, que había encontrado y comprado un terreno para hacerse una casita y vivir con mi abuela Eugenia. Era la primera vez que todos lo veían independiente y satisfecho y por eso no lo retaron. -En esos tiempos era difícil irse de la casa a buscar oportunidades a la capital, la mayoría se devolvía con las manos vacías- nos decía mientras tomaba una copa, abría uno de esos barriles grandes y le echaba vino dentro. –Así hice mi primera inversión y años después planté la primera parra- nos decía y todos estábamos atentos. Tenía una forma especial de contarnos las cosas porque nos miraba a todos fijamente. Él siempre quiso estudiar teatro. Él nunca pudo estudiar teatro. Hubo un momento en que salíamos de la casa y nos mostraba nuevamente la viña y nos decía cosas del esfuerzo y que la sociedad del nintendo iba a formar gente gorda y sin futuro.
Desperté de sobresalto porque pasábamos un puente al que le faltaban palos y Mauricio me empujaba y yo me caía. Eran las 7 de la mañana y me quedé hasta las diez pensando. Era sábado y no había colegio. Me alivié y fui a buscar el diario.
Después de almuerzo mi hermano me invitó al Blockbuster a arrendar una película. Le pedimos a mi vieja que nos llevara y que pasáramos al supermercado a comprar cosas para comer. Mi hermano sacó una casata Chamonix de tres sabores, un maní marco polo y unas frito crack porque le recordaban el colegio. Teníamos mucho para comer. Nos fuimos al blockbuster llenos de bolsas. Mi hermano quería ver singles por decimoquinta vez. Yo la quería ver también porque aparecía Eddie Vedder y Pearl Jam era mi grupo favorito en ese tiempo. Nos dijeron que no estaba. Mi hermano casi se agarra a combos con el vendedor por publicidad engañosa. –Se supone que siempre hay una copia para ti- le dijo mientras lo agarraba de la chapita con el nombre. Se llamaba Carl, como en los blockbuster de Estados Unidos donde todos se llaman Carl, tienen espinillas y están enamorados de la niña linda que también trabaja ahí y que se llama Jenny. Antes que le pegara el primer combo yo saqué una película que tenía en la carátula un hombre chino con cara de perdido. Le dije que la quería ver porque si los chinos hacían películas como Dragon Ball Z, porqué no iba a hacer otras mejores. –La llevo, pero esto no les va a quitar la demanda al Sernac- le dijo mi hermano.
La película se llamaba After life y tenía letras rojas.
Esperamos a que mi mamá terminara de ver el Pase lo que pase –Porque me encanta la pareja que hace Camiroaga con la Doggenweiller- nos decía siempre. Mi mamá nos acompañó a ver la película y nos dio un color del helado a cada uno. Me tocó el de vainilla, a mi hermano el de chocolate y a ella el de frutilla. La película, a grandes rasgos tratada de que cuando te mueres debes elegir un recuerdo para atesorarlo para toda la eternidad. Lo demás se borra. Sólo un recuerdo que hay que elegir.
Cuando terminó, prendimos las luces, pusimos la película en la caja para prestársela a la vecina y mi mamá, que al igual que nosotros quedó con hambre, nos invitó a tomar once. Pusimos la mesa, mi madre hizo unas paltas y tomamos té en hoja. Pocas veces habíamos hecho vida de familia y ahora se hizo. Nos sentamos todos juntos, yo puse la comida del perro al lado de la mesa para suplir algunas ausencias recientes y mi madre empezó a hablar. Nos dijo que no había soñado con mi abuelo hasta ayer. Que ella estaba detrás de la puerta escuchando la historia que él le contaba a sus nietos (entre ellos, nosotros) y que trataba de su viaje a Lebu para visitar a nuestra abuela. Cuando mi hermano lo escuchó quedó helado. Y todos seguimos comiendo en silencio.
sábado, diciembre 23, 2006
Técnica Discovery
Había invitado a la Andrea a una tarde cultural en mi casa. Mi vieja había contratado cable hace una semana y mi viejo desde el sur me comentaba los documentales del discovery channel. En mi casa no había más plata y sólo nos alcanzaba para los seis canales del TV MAX. No importaba. Mi hermano chico estaba feliz con el cartoon network, yo alucinaba con MTV y mi vieja se aliviaba porque no pasábamos tanto tiempo en la calle.
Tenía todo listo para cuando llegara la Andrea. La conocí hace cinco meses, fortuitamente en uno de esos eventos donde hablan de libros y la gente exclama porque el autor dice cosas comunes pero en su boca se oyen bacanes. Hace dos meses que estábamos juntos. Recuerdo que nuestra primera conversación fue acerca de viejas feministas y de leucémicos contemporáneos. Era maniática de todo y eso me gustaba.
Esta era la primera vez que venía a casa y había que recibirla bien. Compré algunas cosas en el supermercado y saqué los diarios con los que secábamos el pichí del perro. El diagnóstico de mi casa era perfecto y las expectativas: una tarde genial.
Cuando llegó la Andrea la recibí con un beso en la mejilla. Mi madre me estaba mirando y a veces, con esto de lo complejos que los psicólogos sacan de la Biblia, me daba vergüenza un beso más apasionado. Menos mal que la Andrea no se molestó.
Nos sentamos en el sofá negro y a la hora del documental prendimos la tele. Estaba empezando un programa que me gustaba porque hablaba de plantas y yo quería ser agrónomo como mi tío. Quizás porque quería ser dueño de un campo para vivir tranquilos con ella.
La Andrea se acomodó en mis piernas y yo me puse detrás de la cabeza el cojín que ella me tejió. El programa trataba de unas plantas a las que le ponían unas máquinas para saber si sentían algo. Era increíble porque fue como si yo estuviera ahí, hablando en inglés y apretando botones con hartas luces. Lo mejor del documental fue cuando mostraron que las plantas presentían algún peligro, como cuando la iban a matar. Era como un mecanismo de defensa donde expulsan muchas cosas de si mismas.
Cuando terminó vi que los ojos de la Andrea se ponían rojos. No pensé que se iba a poner así. Era sólo una planta mutilada. No era nada como la muerte del papá de Simba ni lo de la mamá de Bambi. No era para tanto.
Cuando la fui a dejar al paradero me apretó fuerte la mano, se puso a mi izquierda y antes de subirse a la micro me susurró algo al oído.
Cuando llegué a casa fui al patio de atrás y me acosté sobre el pasto, al lado de los gladiolos y las rosas, debajo del ciruelo y del limón. Me acosté ahí, los miré a todos y les pedí que me enseñaran a hacer lo que ese día vi en televisión.
Tenía todo listo para cuando llegara la Andrea. La conocí hace cinco meses, fortuitamente en uno de esos eventos donde hablan de libros y la gente exclama porque el autor dice cosas comunes pero en su boca se oyen bacanes. Hace dos meses que estábamos juntos. Recuerdo que nuestra primera conversación fue acerca de viejas feministas y de leucémicos contemporáneos. Era maniática de todo y eso me gustaba.
Esta era la primera vez que venía a casa y había que recibirla bien. Compré algunas cosas en el supermercado y saqué los diarios con los que secábamos el pichí del perro. El diagnóstico de mi casa era perfecto y las expectativas: una tarde genial.
Cuando llegó la Andrea la recibí con un beso en la mejilla. Mi madre me estaba mirando y a veces, con esto de lo complejos que los psicólogos sacan de la Biblia, me daba vergüenza un beso más apasionado. Menos mal que la Andrea no se molestó.
Nos sentamos en el sofá negro y a la hora del documental prendimos la tele. Estaba empezando un programa que me gustaba porque hablaba de plantas y yo quería ser agrónomo como mi tío. Quizás porque quería ser dueño de un campo para vivir tranquilos con ella.
La Andrea se acomodó en mis piernas y yo me puse detrás de la cabeza el cojín que ella me tejió. El programa trataba de unas plantas a las que le ponían unas máquinas para saber si sentían algo. Era increíble porque fue como si yo estuviera ahí, hablando en inglés y apretando botones con hartas luces. Lo mejor del documental fue cuando mostraron que las plantas presentían algún peligro, como cuando la iban a matar. Era como un mecanismo de defensa donde expulsan muchas cosas de si mismas.
Cuando terminó vi que los ojos de la Andrea se ponían rojos. No pensé que se iba a poner así. Era sólo una planta mutilada. No era nada como la muerte del papá de Simba ni lo de la mamá de Bambi. No era para tanto.
Cuando la fui a dejar al paradero me apretó fuerte la mano, se puso a mi izquierda y antes de subirse a la micro me susurró algo al oído.
Cuando llegué a casa fui al patio de atrás y me acosté sobre el pasto, al lado de los gladiolos y las rosas, debajo del ciruelo y del limón. Me acosté ahí, los miré a todos y les pedí que me enseñaran a hacer lo que ese día vi en televisión.
jueves, diciembre 21, 2006
CASA DE CAMPO
Fui al campo de mi abuelo Alberto a pasar las vacaciones del 94. En ese tiempo tenía ocho años y mi hermano me enseñaba a escuchar Nirvana y me decía que él se iba a suicidar a los 27 como los grandes de la música. Yo le decía que si y movía la cabeza como los monos que veía en MTV que decían cool y tenían una polera que me gustaba porque decía lo mismo que el transformador del nintendo.
Cuando llegamos a la casa de mi abuelo vi lo grande que podía ser un campo. La verdad es que a mi poca edad no entendía bien porqué no nos íbamos a vivir allá y dejábamos la casa que teníamos en la gran avenida. Acá era bacán porque pasaba de todo y allá no había nada más que aviones que no me dejaban escuchar a Epidemia los días domingos. Mi abuelo, cuando me vio, me dijo que lo acompañara a dar una vuelta para conocer el lugar. Mi mamá me puso un jockey y harto bloqueador solar. Me parecía a Robert Smith pero en miniatura. Mi abuelo me tomó de la mano y fuimos a una viña que tenía atrás del granero. Me dio unos huevos de colores y, cuando llegamos a un túnel de palos y hojas verde claro, me dijo que de ahí se sacaba el vino. Lo recuerdo muy bien porque cuando intentó sacar una uva se agarró el pecho y se fue para atrás. Fue todo en cámara lenta, como años después vería en matrix. Cayó de la banca y se puso de todos colores. Me puse de rodillas y le empecé a mover la cabeza. Me acordé de Baywatch y le empecé a dar besos como esos para que pusiera respirar. No pasaba nada. Mi abuelo tenía una cara psicodélica que cambiaba de colores y yo no podía hacer nada. Me tiré al suelo también e intenté abrazarlo. Me acosté a su lado y le canté ‘cambalache’ que era su tango favorito. Tenía 8 años pero entendía que cuando uno está en las últimas quiere morir feliz y eso intenté hacer. Quizás no había muerto de un balazo en la cabeza ni de sobredosis de aspirinas, quizás no había muerto joven ni había pensado terminar así. Pero a pesar de eso mi abuelo era grande. No era un rockstar ni usaba el pelo largo. Es más, me hablaba de que me cortara el pelo. Era grande igual porque quería enseñarme cosas suyas para que yo siguiera haciendo lo mismo. Por eso mi nombre también. Igual que el de él para que no se perdiera la tradición. Cuando lo veía cayendo pensaba en las últimas palabras que me dijo y quizás ahora, con más años de diferencia y con las preguntas que le hice a mi madre unos años después, esas palabras marcaron lo que quise siempre ser. “De aquí se saca el Cabernet Sauvignon” me dijo mientras caía el viejo Alberto y sentía que algún día iba a tener que hacerme cargo de todo esto.
Cuando llegamos a la casa de mi abuelo vi lo grande que podía ser un campo. La verdad es que a mi poca edad no entendía bien porqué no nos íbamos a vivir allá y dejábamos la casa que teníamos en la gran avenida. Acá era bacán porque pasaba de todo y allá no había nada más que aviones que no me dejaban escuchar a Epidemia los días domingos. Mi abuelo, cuando me vio, me dijo que lo acompañara a dar una vuelta para conocer el lugar. Mi mamá me puso un jockey y harto bloqueador solar. Me parecía a Robert Smith pero en miniatura. Mi abuelo me tomó de la mano y fuimos a una viña que tenía atrás del granero. Me dio unos huevos de colores y, cuando llegamos a un túnel de palos y hojas verde claro, me dijo que de ahí se sacaba el vino. Lo recuerdo muy bien porque cuando intentó sacar una uva se agarró el pecho y se fue para atrás. Fue todo en cámara lenta, como años después vería en matrix. Cayó de la banca y se puso de todos colores. Me puse de rodillas y le empecé a mover la cabeza. Me acordé de Baywatch y le empecé a dar besos como esos para que pusiera respirar. No pasaba nada. Mi abuelo tenía una cara psicodélica que cambiaba de colores y yo no podía hacer nada. Me tiré al suelo también e intenté abrazarlo. Me acosté a su lado y le canté ‘cambalache’ que era su tango favorito. Tenía 8 años pero entendía que cuando uno está en las últimas quiere morir feliz y eso intenté hacer. Quizás no había muerto de un balazo en la cabeza ni de sobredosis de aspirinas, quizás no había muerto joven ni había pensado terminar así. Pero a pesar de eso mi abuelo era grande. No era un rockstar ni usaba el pelo largo. Es más, me hablaba de que me cortara el pelo. Era grande igual porque quería enseñarme cosas suyas para que yo siguiera haciendo lo mismo. Por eso mi nombre también. Igual que el de él para que no se perdiera la tradición. Cuando lo veía cayendo pensaba en las últimas palabras que me dijo y quizás ahora, con más años de diferencia y con las preguntas que le hice a mi madre unos años después, esas palabras marcaron lo que quise siempre ser. “De aquí se saca el Cabernet Sauvignon” me dijo mientras caía el viejo Alberto y sentía que algún día iba a tener que hacerme cargo de todo esto.
Ninja tortugas adolescentes mutantes
Tenía como seis años cuando me dio mi primer regalo. Lo había esperado con ansias porque no era solamente ver una película sino que era la oportunidad de conocerlo más a fondo. Mi padrino era joven y como todos los teenager no tenían plata como para regalarme una pelota de fútbol o una camiseta de la U. Quizás yo lo sabía y por eso estaba contento, porque no esperaba nada más que una butaca limpia y una hora y media de diversión.
Pasamos donde la tía Emilia a buscar cosas para comer. El almacén de la tía era gigante y me gustaba ir porque me regalaba el helado que había salido recién al mercado y los chocolates que me gustaban. Me fui de ahí con una bolsa llena de chubis. Eran mis chocolates favoritos y mi tía se daba la molestia de hacerme tortas con ella.
Cuando llegamos al Plaza Vespucio me encontré con lo más grane que había visto. No conocía los mall, porque yo no vivía en el barrio alto y allá si había cosas como esas. Lo sé porque mi hermano mayor frecuentaba el panorámico y el apumanque. –Perrits, yo me voy a ir a vivir allá. No hay nerds ni nada. Son todos cool y hacen cosas de gente cool. Mi hermano nunca supo acostumbrarse a vivir en las afueras de Santiago y trataba de ir lo más posible para que los vendedores lo conocieran y pensaran que era de allá. Mi hermano era de los que veía Beavis and Butthead para poder tener un vocabulario acorde con sus tiempos. En la casa de mi abuela había cable. En mi casa apenas se veía el canal 7 con la Sony trinitron de 14 que teníamos en el living.
Cuando llegué al cine mi tío no tenía buena cara. Había elegido el lugar más cerca de la casa donde habían cines porque mi viejo le había dicho que si me pasaba algo él iba a pagar. –Te cuelgo de los cocos si algo le pasa a mi hijo. Y si teníamos que escapar, entre más cerca de la casa era mejor. Yo nunca supe eso hasta unos años después que mi viejo me lo contó como preámbulo para decir que mi tío se había ido de viaje y se había olvidado de mí. Me acuerdo que en la cartelera había un letrero gigante que decía ‘CINEMARK 6, PLAZA VESPUCIO’, todo en rojo. Mi tío compró las entradas y no sé si yo pagué. Quizás era una excusa por mi cumpleaños que él fue al cine.
Vimos las tortugas ninjas sentados en la mitad de la sala. No recuerdo nada de la película porque me la pasé comiendo chubis mientras estaba ensimismado con la grandeza de la pantalla. Sé que eran tortugas con nombres de gente vieja que vivió hace muchos años y que fueron conocidos porque pintaban monstruos con brazos de más –Como el logo de las farmacias ahumada, me dijo un compañero de curso cuando ya era más grande.
Salí de la sala alucinando con las luchas y con las cadenas que usaba una tortuga para defenderse. Un ‘coscacho’ me calmó y supe con eso que sería un cobarde toda mi vida. No sé porqué terminé arriba de una micro rumbo al aeropuerto. Pensé que iríamos a ver otra peli. Mi tío compró un ticket y yo le pregunté si ahora él iba a ver una película solo. Me dijo que me quedara callado y que no le contara a nadie que iba a ser protagonista de una película familiar donde quizás podía haber muchas lágrimas y despedidas pero ningún pañuelo al aire ni escenas como las de ‘Casablanca’. Me sentía emocionado porque mi tío iba a ser famoso y lo iba a ir a ver al mismo cine donde me llevó ese día. Esa emoción duró solamente hasta que, cuando llegué a casa, me tuve que quedar en mi pieza escuchando como comenzaba a rodar la película que nunca pude ver. Y a nadie le gusta que le cuenten lo que pasó.
Pasamos donde la tía Emilia a buscar cosas para comer. El almacén de la tía era gigante y me gustaba ir porque me regalaba el helado que había salido recién al mercado y los chocolates que me gustaban. Me fui de ahí con una bolsa llena de chubis. Eran mis chocolates favoritos y mi tía se daba la molestia de hacerme tortas con ella.
Cuando llegamos al Plaza Vespucio me encontré con lo más grane que había visto. No conocía los mall, porque yo no vivía en el barrio alto y allá si había cosas como esas. Lo sé porque mi hermano mayor frecuentaba el panorámico y el apumanque. –Perrits, yo me voy a ir a vivir allá. No hay nerds ni nada. Son todos cool y hacen cosas de gente cool. Mi hermano nunca supo acostumbrarse a vivir en las afueras de Santiago y trataba de ir lo más posible para que los vendedores lo conocieran y pensaran que era de allá. Mi hermano era de los que veía Beavis and Butthead para poder tener un vocabulario acorde con sus tiempos. En la casa de mi abuela había cable. En mi casa apenas se veía el canal 7 con la Sony trinitron de 14 que teníamos en el living.
Cuando llegué al cine mi tío no tenía buena cara. Había elegido el lugar más cerca de la casa donde habían cines porque mi viejo le había dicho que si me pasaba algo él iba a pagar. –Te cuelgo de los cocos si algo le pasa a mi hijo. Y si teníamos que escapar, entre más cerca de la casa era mejor. Yo nunca supe eso hasta unos años después que mi viejo me lo contó como preámbulo para decir que mi tío se había ido de viaje y se había olvidado de mí. Me acuerdo que en la cartelera había un letrero gigante que decía ‘CINEMARK 6, PLAZA VESPUCIO’, todo en rojo. Mi tío compró las entradas y no sé si yo pagué. Quizás era una excusa por mi cumpleaños que él fue al cine.
Vimos las tortugas ninjas sentados en la mitad de la sala. No recuerdo nada de la película porque me la pasé comiendo chubis mientras estaba ensimismado con la grandeza de la pantalla. Sé que eran tortugas con nombres de gente vieja que vivió hace muchos años y que fueron conocidos porque pintaban monstruos con brazos de más –Como el logo de las farmacias ahumada, me dijo un compañero de curso cuando ya era más grande.
Salí de la sala alucinando con las luchas y con las cadenas que usaba una tortuga para defenderse. Un ‘coscacho’ me calmó y supe con eso que sería un cobarde toda mi vida. No sé porqué terminé arriba de una micro rumbo al aeropuerto. Pensé que iríamos a ver otra peli. Mi tío compró un ticket y yo le pregunté si ahora él iba a ver una película solo. Me dijo que me quedara callado y que no le contara a nadie que iba a ser protagonista de una película familiar donde quizás podía haber muchas lágrimas y despedidas pero ningún pañuelo al aire ni escenas como las de ‘Casablanca’. Me sentía emocionado porque mi tío iba a ser famoso y lo iba a ir a ver al mismo cine donde me llevó ese día. Esa emoción duró solamente hasta que, cuando llegué a casa, me tuve que quedar en mi pieza escuchando como comenzaba a rodar la película que nunca pude ver. Y a nadie le gusta que le cuenten lo que pasó.
miércoles, noviembre 22, 2006
CARTA
Beatriz:
Ya hace un rato que no te escribía. Raro para mí. Se supone que íbamos a estar juntos siempre y que sería parte de mi rutina el entregarte cartas. Y aquí me ves. Me siento frente al compu, para que, una vez al año me acuerde y te escriba.
Tiempo muerto quizás. Pero es que no has estado. O sea, estuviste siempre pero escondida tras muchas columnas, debajo de la mesa o en un asiento de la micro. Sabía que eras tú pero no te reconocía. El miedo de no saber recordar. Quizás simplemente el que dijera tu nombre, te tocara el hombro y fuera la misma ilusión que me ha invadido los sueños.
Pero te encontré nuevamente. Eso creo. Por lo menos te llamas igual y tienes gestos muy parecidos. Ninguno igual pero se entiende. Han pasado algunos años. La gente debe adaptarse a lo que vive. No podemos vivir de bolitas y volantines. No podemos vivir siempre jugando con la barbie secretaria. Y te encontré y nos vemos en el parque. Por primera vez no existen los tiempos o quizás confundo mi mala forma de leer los relojes con flechas. Me esperas y no estoy. Te vas y me ves. Te sientas, conversamos, imagino que te invito a un helado de más de quinientos y que no aceptas porque no había de naranja. Mejor que no aceptes porque es mentira que te ofrecí. Todo pasa mientras te acercas y no me dices nada. Ni un ‘te quiero’. Eso si es igual. Ni un ‘te quiero’ característico de ti. No hay expresiones y nunca la hubo.
Pero te vas y siento que tengo que esperar una semana para saber si eras o no la Beatriz que yo conocía. Tengo que recorrer mucho para deletrearte bien. Quizás que hagamos un viaje en micro, que vayamos a comer una caja de papas al Doggi’s, que compartamos un chirimoya alegre y que después te entregue las trece cartas que te escribí el fin de semana. Porque no puedo entregarte las demás. No habría magia ni podría pensar que puedo ser como Cortázar. Julio escribiendo a Virginia. James escribiendo a Bovary. Sebita escribiendo a Beatriz. Sin ilustraciones y con flecos. Con hojas de cuaderno amarillos y common people de fondo. Simplista para que te sientas del pueblo y no me acuses de poco tolerante.
En fin. Sé que tendré que esperar. Y duele. Duele porque la espera se metió en mi cabeza, revolvió algunos recuerdos y me tiró empelota al mundo real nuevamente. Duele porque no quiero acostumbrarme. Y tengo esa maldita negación que tiene sabor dulce y entretenida. Y duele porque tengo que seguir llamándote Beatriz cuando te gusta Isidora.
Beatriz. Te extrañé y vuelves. Creo que ahora eres tú. Y no puedo prometerte nada porque sé que no cumplo y que me desilusiono fácilmente. No soy ni Dante ni tengo a Virgilio. Quizás el camino se hace largo y solitario. Pero lo prefiero así. Prefiero no comprar amigos ni pretender ser un poeta con guitarra. Prefiero no drogarme para fingir ser artista o escritor. Prefiero intentar ser yo. Es lo mejor que me sale.
No sé si te lo he dicho pero te quiero. La psicóloga me dijo que era un rasgo neurótico. El cura me dijo que era pecado. Un ingeniero me dijo que existía un 36.7428% de probabilidades que esto fuera verdadero. Un abogado me dijo que estaba en todo mi derecho. Un sociólogo e dijo que dependía de mi estrato social y de mis ingresos per cápita si podría o no jugármela. Un historiador me dijo que era como Marco Antonio y Cleopatra. Un literato me habló de Cyrano de Bergerac. Un artista dijo que estaba pintando el mono y un biólogo me dijo que por andar vegetando todo el día te podría perder fácilmente. Y quiero creer en cada uno pero no encaja nada. O sea, sólo sé que te quiero y que me basta para poder hacerme un transplante de pecho y venderme a la tan repudiada y vil primavera. Y siento la vocecita que me dice “Welcome to the Real World”. Mis miedos se hicieron realidad. Y me está comenzando a gustar.
Espero que la leas pronto.
La vida es un sueño, el despertar es lo que nos mata.
V.W
Ya hace un rato que no te escribía. Raro para mí. Se supone que íbamos a estar juntos siempre y que sería parte de mi rutina el entregarte cartas. Y aquí me ves. Me siento frente al compu, para que, una vez al año me acuerde y te escriba.
Tiempo muerto quizás. Pero es que no has estado. O sea, estuviste siempre pero escondida tras muchas columnas, debajo de la mesa o en un asiento de la micro. Sabía que eras tú pero no te reconocía. El miedo de no saber recordar. Quizás simplemente el que dijera tu nombre, te tocara el hombro y fuera la misma ilusión que me ha invadido los sueños.
Pero te encontré nuevamente. Eso creo. Por lo menos te llamas igual y tienes gestos muy parecidos. Ninguno igual pero se entiende. Han pasado algunos años. La gente debe adaptarse a lo que vive. No podemos vivir de bolitas y volantines. No podemos vivir siempre jugando con la barbie secretaria. Y te encontré y nos vemos en el parque. Por primera vez no existen los tiempos o quizás confundo mi mala forma de leer los relojes con flechas. Me esperas y no estoy. Te vas y me ves. Te sientas, conversamos, imagino que te invito a un helado de más de quinientos y que no aceptas porque no había de naranja. Mejor que no aceptes porque es mentira que te ofrecí. Todo pasa mientras te acercas y no me dices nada. Ni un ‘te quiero’. Eso si es igual. Ni un ‘te quiero’ característico de ti. No hay expresiones y nunca la hubo.
Pero te vas y siento que tengo que esperar una semana para saber si eras o no la Beatriz que yo conocía. Tengo que recorrer mucho para deletrearte bien. Quizás que hagamos un viaje en micro, que vayamos a comer una caja de papas al Doggi’s, que compartamos un chirimoya alegre y que después te entregue las trece cartas que te escribí el fin de semana. Porque no puedo entregarte las demás. No habría magia ni podría pensar que puedo ser como Cortázar. Julio escribiendo a Virginia. James escribiendo a Bovary. Sebita escribiendo a Beatriz. Sin ilustraciones y con flecos. Con hojas de cuaderno amarillos y common people de fondo. Simplista para que te sientas del pueblo y no me acuses de poco tolerante.
En fin. Sé que tendré que esperar. Y duele. Duele porque la espera se metió en mi cabeza, revolvió algunos recuerdos y me tiró empelota al mundo real nuevamente. Duele porque no quiero acostumbrarme. Y tengo esa maldita negación que tiene sabor dulce y entretenida. Y duele porque tengo que seguir llamándote Beatriz cuando te gusta Isidora.
Beatriz. Te extrañé y vuelves. Creo que ahora eres tú. Y no puedo prometerte nada porque sé que no cumplo y que me desilusiono fácilmente. No soy ni Dante ni tengo a Virgilio. Quizás el camino se hace largo y solitario. Pero lo prefiero así. Prefiero no comprar amigos ni pretender ser un poeta con guitarra. Prefiero no drogarme para fingir ser artista o escritor. Prefiero intentar ser yo. Es lo mejor que me sale.
No sé si te lo he dicho pero te quiero. La psicóloga me dijo que era un rasgo neurótico. El cura me dijo que era pecado. Un ingeniero me dijo que existía un 36.7428% de probabilidades que esto fuera verdadero. Un abogado me dijo que estaba en todo mi derecho. Un sociólogo e dijo que dependía de mi estrato social y de mis ingresos per cápita si podría o no jugármela. Un historiador me dijo que era como Marco Antonio y Cleopatra. Un literato me habló de Cyrano de Bergerac. Un artista dijo que estaba pintando el mono y un biólogo me dijo que por andar vegetando todo el día te podría perder fácilmente. Y quiero creer en cada uno pero no encaja nada. O sea, sólo sé que te quiero y que me basta para poder hacerme un transplante de pecho y venderme a la tan repudiada y vil primavera. Y siento la vocecita que me dice “Welcome to the Real World”. Mis miedos se hicieron realidad. Y me está comenzando a gustar.
Espero que la leas pronto.
La vida es un sueño, el despertar es lo que nos mata.
V.W
jueves, noviembre 16, 2006
todo tiempo pasado fue mejor
A nadie le gusta crecer. Es el miedo del siglo. Crecemos y la brecha con la niñez se hace más grande y molesta. Ya no nos chupamos el dedo y eso a veces duele tanto más que echarse un ramo por reemplazar la mamadera por cervezas. El problema es que hay que echar raíces en suelo que a nadie le gusta, uno fértil para economistas pero tan seco como el hecho de entender que la huincha de ropa que tiene tu vieja ya no alcanza para medirte.
Mi abuelo decía que llega un punto de nuestras vidas que, cuando comenzamos a crecer, nos vamos achicando. Me dio unas explicaciones medias científicas campestres que no escuché. Quizás me invadió ese miedo de saber que tendré que cambiar las espinillas por arrugas, de que mi vieja dice que después los años se pasan más rápidos, que el sueño adolescente cae tan bajo que uno termina creyendo en el sueño americano del tío Sam y se vende como Hot Dog al sistema. El Apocalipsis del uniforme y de la vida fácil. Cambiamos el pase escolar por la Visa y nos llenamos la boca con que ‘la vida es ahora’.
Y el problema quizás no sea el que crezcamos. O sea, se supone que vamos madurando y entendiendo el mundo. En teoría. La vida nos pega patadas en la entrepierna siempre con los recuerdos de la niñez. Y lo peor es que está de moda. Somos todos masoquistas de la cultura de la basura, de la edad de oro. Nos gusta andar contando lo que hacíamos con los tazos o con las láminas de los álbumes que no tenían autoadhesivo y que andábamos con el stix fix para todos lados. Y vamos a ver a Beltrán porque creemos que es la única forma de detener el tiempo y imaginarnos diferentes.
Pero crecimos no más. Llegamos a los 20 sin querer. Y ya no nos cabe el buzo ni la jardinera. Pasaron los soldaditos de plomo, los playmobil y las canciones de pin pon. Y mientras escribo suena crecer de Ataque 77 y siento que se vienen las fogatas, las guitarras, las mismas historias de que la flor de los 7 colores estaba en el patio y la irresistible tentación de querer torcerle el cuello a Cronos y quedarme donde estoy. Pretendiendo nunca haber crecido.
Mi abuelo decía que llega un punto de nuestras vidas que, cuando comenzamos a crecer, nos vamos achicando. Me dio unas explicaciones medias científicas campestres que no escuché. Quizás me invadió ese miedo de saber que tendré que cambiar las espinillas por arrugas, de que mi vieja dice que después los años se pasan más rápidos, que el sueño adolescente cae tan bajo que uno termina creyendo en el sueño americano del tío Sam y se vende como Hot Dog al sistema. El Apocalipsis del uniforme y de la vida fácil. Cambiamos el pase escolar por la Visa y nos llenamos la boca con que ‘la vida es ahora’.
Y el problema quizás no sea el que crezcamos. O sea, se supone que vamos madurando y entendiendo el mundo. En teoría. La vida nos pega patadas en la entrepierna siempre con los recuerdos de la niñez. Y lo peor es que está de moda. Somos todos masoquistas de la cultura de la basura, de la edad de oro. Nos gusta andar contando lo que hacíamos con los tazos o con las láminas de los álbumes que no tenían autoadhesivo y que andábamos con el stix fix para todos lados. Y vamos a ver a Beltrán porque creemos que es la única forma de detener el tiempo y imaginarnos diferentes.
Pero crecimos no más. Llegamos a los 20 sin querer. Y ya no nos cabe el buzo ni la jardinera. Pasaron los soldaditos de plomo, los playmobil y las canciones de pin pon. Y mientras escribo suena crecer de Ataque 77 y siento que se vienen las fogatas, las guitarras, las mismas historias de que la flor de los 7 colores estaba en el patio y la irresistible tentación de querer torcerle el cuello a Cronos y quedarme donde estoy. Pretendiendo nunca haber crecido.
martes, noviembre 07, 2006
Tri Lambda
Con esta columna gané las entradas para el concierto de los 100 años de la FECH.
Como diría el Pélida... Aqui-les va lo que escribí.
La universidad es como las pelis comerciales. Todo el mundo las recomienda porque son buenas, porque hay que ir a verlas, porque es ‘la mitad de la vida’, porque el crítico le puso setenta y cuatro estrellas (porque los críticos se creen parvularios y andan poniendo estrellas), porque están los mejores actores y uno se caga de la risa. Pero llegas, te sientas, la butaca está con chicle, el cabro chico te bota las cabritas, la mina que invitaste está pololeando y la película es mala.
Recuerdo que antes de entrar a la universidad ya mi vieja había comprado las chapitas, los stickers para el vidrio trasero del auto, los cuadernos con el logo de la U y esas cosas para poner los documentos. Las tuvo que botar. No quedé en esa U. Mi vieja quería una tradicional y yo cualquiera que me diera algo para vivir.
Parece que todos tenemos un hermano mayor que ya ha sido el exitoso de la familia y te dice que son los mejores años de tu vida. Que en las horas libres te tiras en el pasto de la facu (porque me enseñó la jerga universitaria) conversando con las niñas que conoces en la pastoral y fumándote un porro. Me decía que me olvidara del colegio y del uniforme o de las anotaciones negativas. La libertad te atrapaba, te compraba unas cervezas y te llevaba a jugar pool con la gente que conoces. Y que no me preocupara si era tímido. Todo se reducía a una simple ecuación. Un tímido más un ritalín boy da un par de buenos amigos. Y el orden de los factores no altera el producto.
Pero llegué. Me instalé. La gente se agolpaba porque regalaban cosas. Me metí en la fila y se acabaron los completos. Quedaban bebidas Light solamente. Era el único que pensaba que las cosas sin calorías son un asco. Y los días pasaban y no podía sentarme en el pasto. Y fumé un porro y estuve pálido tres días. Fui a trabajos de verano y terminé siendo el único sin pareja. Soy malo para el pool y eso me valió la tarjeta roja para mis amigos.
No ayudó mucho ni los lentes grandes ni el gel. Tampoco el tratar de ir a tomar al Almagro porque soy siempre el que tiene que funcionar de grúa para los bultos.
Parece que me metí a actuar en rebelde sin causa sin ser James Dean. Tendré que asumir que sigo siendo una rara mezcla entre tri lambda y alfa beta fallido.
Como diría el Pélida... Aqui-les va lo que escribí.
La universidad es como las pelis comerciales. Todo el mundo las recomienda porque son buenas, porque hay que ir a verlas, porque es ‘la mitad de la vida’, porque el crítico le puso setenta y cuatro estrellas (porque los críticos se creen parvularios y andan poniendo estrellas), porque están los mejores actores y uno se caga de la risa. Pero llegas, te sientas, la butaca está con chicle, el cabro chico te bota las cabritas, la mina que invitaste está pololeando y la película es mala.
Recuerdo que antes de entrar a la universidad ya mi vieja había comprado las chapitas, los stickers para el vidrio trasero del auto, los cuadernos con el logo de la U y esas cosas para poner los documentos. Las tuvo que botar. No quedé en esa U. Mi vieja quería una tradicional y yo cualquiera que me diera algo para vivir.
Parece que todos tenemos un hermano mayor que ya ha sido el exitoso de la familia y te dice que son los mejores años de tu vida. Que en las horas libres te tiras en el pasto de la facu (porque me enseñó la jerga universitaria) conversando con las niñas que conoces en la pastoral y fumándote un porro. Me decía que me olvidara del colegio y del uniforme o de las anotaciones negativas. La libertad te atrapaba, te compraba unas cervezas y te llevaba a jugar pool con la gente que conoces. Y que no me preocupara si era tímido. Todo se reducía a una simple ecuación. Un tímido más un ritalín boy da un par de buenos amigos. Y el orden de los factores no altera el producto.
Pero llegué. Me instalé. La gente se agolpaba porque regalaban cosas. Me metí en la fila y se acabaron los completos. Quedaban bebidas Light solamente. Era el único que pensaba que las cosas sin calorías son un asco. Y los días pasaban y no podía sentarme en el pasto. Y fumé un porro y estuve pálido tres días. Fui a trabajos de verano y terminé siendo el único sin pareja. Soy malo para el pool y eso me valió la tarjeta roja para mis amigos.
No ayudó mucho ni los lentes grandes ni el gel. Tampoco el tratar de ir a tomar al Almagro porque soy siempre el que tiene que funcionar de grúa para los bultos.
Parece que me metí a actuar en rebelde sin causa sin ser James Dean. Tendré que asumir que sigo siendo una rara mezcla entre tri lambda y alfa beta fallido.
domingo, octubre 15, 2006
Asesíname
Soy yo y nada más. Soy el que quiero ser. Me convierto en tu sombra y en tu sol. Caliento tus noches solitarias y enfrío tu corazón. ¡No me ames! Soy el que te hace perder. Digo lo que quiero decir y pienso lo que quiero pensar, pero no digo lo que pienso. Dolor, odio, ¡Maldición!, una vez más. Puedo querer a cualquiera y tú me puedes querer. Pero no quiero. Te tiro al suelo y rasgo tus ropas y me dices que te suelte, y gritas y no me importa porque ya eres mía. Ja, ja, ja… ¿Quieres escapar otra vez? Patrañas de niña chica, de pecadora juvenil. Ódiame, si, ódiame con todo tu corazón. Ten esta arma y dispárame, prometo no morir. Te voy a matar (pero en buena, no te enojes). Pienso matarte en dos horas más. Empaca y lleva muchos sentimientos. Los voy a consumir todos, no quedará ninguno. Soy un tonto, pero igual me quieres. Lo sé bien y me alegro. Toma el mundo y enciérrate, busca agua porque la necesitarás. Yo no te daré nada, mi amor es para otra. Pero me amas y está bien. Mataré todo menos tu ilusión. ¿Quieres que te devuelva tu corazón?, tendrás que pagar un gran precio. Cuerpo de niña ya no hay y no volverá. Tú te lo buscaste y te gustó. Despecho, otra esperanza perdida, amor que no es, ojos que ya no reflejan nada. Estás muerta. ¡Te amo y te odio!, deseo verte nuevamente, ¡Rencor!... ja, ja, ja, (risa con lágrimas). Otro dolor, ¡No grites!, sé fuerte que me gustas así. Aguanta. Tus lágrimas son falsas, deja de llorar. Estás muerta y así seguirás, te quise olvidar y me sigues rondando. Una bala, dos balas, la niña no quiere morir. Tres balas en la cabeza y sigue viva. ¡Maldita!, ¡Para te digo!, ¡aléjate y no me mires! Deja esas palabras para otra ocasión. Necesito que mueras. Cinco balas más y no pasa nada. Camina hacia mi. Ahora si que la odio. Ahora si que la amo.
Soy nadie y así seguiré. No fui capaz de matarla y ahora trataré conmigo. No me quiere matar y lo entiendo. Pero yo, pero yo… la quiero. Y no necesito entender las palabras ni los ruegos. No necesito de su maldita compasión para retroceder. Porqué creí haberla matado y sigue ahí, jovial, dulce. Sigue ahí y no me detiene.
Ella ya no me quiere.
Adiós.
Soy nadie y así seguiré. No fui capaz de matarla y ahora trataré conmigo. No me quiere matar y lo entiendo. Pero yo, pero yo… la quiero. Y no necesito entender las palabras ni los ruegos. No necesito de su maldita compasión para retroceder. Porqué creí haberla matado y sigue ahí, jovial, dulce. Sigue ahí y no me detiene.
Ella ya no me quiere.
Adiós.
lunes, octubre 09, 2006
Pesca sin mosca
¿Cuántas veces vamos a pescar y sólo recolectamos desilución?
Nuestra ceguera nos impide ver más allá de lo acostumbrado.
Oimos ruidos de autos, bocinas, luchas carnales en las calles, insultos varios, indiferencias, apuros. Solemos lanzar nuestras redes en un mundo donde las preocupaciones, la mediocridad, el individualismo, son los amos y señores del mar humano. Y no importa donde queramos pescar, siempre hay algo qu nos impedirá cazar lo escencial. Tomamos nuestras redes y salen vacias. Nos desalentamos, nos desilucionamos, nos entristecemos. La desesperanza no nos sirve para alimentar nuestro espíritu.
Todos estos sentimientos que nos invitan a una desolación espiritual nos impiden ver quién, donde y cómo hay que pescar.
Dios nos invita a mirar dentro de nosotros, a ver desde sus propios ojos, a conversar con él para que nos guíe. El verdadero alimento nos llega desde Él y es nuestro interior el lugar donde las redes podrán colmarse.
Dios nos invita a tejer estas redes con los regalos que nos brindó en el espíritu santo. Hay que cazar amor con entendimiento, con cariño, con Fe, con esperanza. Hat que cazar este amor y saciarnos sabiendo que las raciones alcanzarán para mí y para los demás.
Es Cristo vivo quién, después de hartarnos, nos invita a construir redes con los demás y salir a pescar con ellos. Jesús no va a pescar por nosotros. Jesús no nos va a entregar la comida en bandeja, aliñada y con bebida. Jesús nos acompaña y nos guía en nuestro trabajo. Guía nuestras manos y nos grita hacia donde echar estas redes y así poder acompañar con un pedazo de pescado al hambriento, al que se siente abandonado, al que vive entre ruidos, al que no ha tenido la oportunidad de conversar con Jesús.
Les aseguro que, después de esto, nunca más tendrán hambre.
Nuestra ceguera nos impide ver más allá de lo acostumbrado.
Oimos ruidos de autos, bocinas, luchas carnales en las calles, insultos varios, indiferencias, apuros. Solemos lanzar nuestras redes en un mundo donde las preocupaciones, la mediocridad, el individualismo, son los amos y señores del mar humano. Y no importa donde queramos pescar, siempre hay algo qu nos impedirá cazar lo escencial. Tomamos nuestras redes y salen vacias. Nos desalentamos, nos desilucionamos, nos entristecemos. La desesperanza no nos sirve para alimentar nuestro espíritu.
Todos estos sentimientos que nos invitan a una desolación espiritual nos impiden ver quién, donde y cómo hay que pescar.
Dios nos invita a mirar dentro de nosotros, a ver desde sus propios ojos, a conversar con él para que nos guíe. El verdadero alimento nos llega desde Él y es nuestro interior el lugar donde las redes podrán colmarse.
Dios nos invita a tejer estas redes con los regalos que nos brindó en el espíritu santo. Hay que cazar amor con entendimiento, con cariño, con Fe, con esperanza. Hat que cazar este amor y saciarnos sabiendo que las raciones alcanzarán para mí y para los demás.
Es Cristo vivo quién, después de hartarnos, nos invita a construir redes con los demás y salir a pescar con ellos. Jesús no va a pescar por nosotros. Jesús no nos va a entregar la comida en bandeja, aliñada y con bebida. Jesús nos acompaña y nos guía en nuestro trabajo. Guía nuestras manos y nos grita hacia donde echar estas redes y así poder acompañar con un pedazo de pescado al hambriento, al que se siente abandonado, al que vive entre ruidos, al que no ha tenido la oportunidad de conversar con Jesús.
Les aseguro que, después de esto, nunca más tendrán hambre.
lunes, octubre 02, 2006
¿Quién dijo que Dios no nos grita?
Dios, la viva divinidad, el rey de reyes, nos grita. Su voz se desgarra en los campamentos donde viven siete personas en casas mínimas, sin baños, con dos camas como máximo. Grita cuando el pobre camina descalzo sobre el barro de sus ‘calles’ en pleno invierno, cuando sus casas se llenan de ollas porque las goteras se multiplican mientras el techo de los cartones que ellos llaman ‘casa’ comienza a sucumbir. El señor nos grita en el mendigo, que llora en las escaleras del metro, en las ancianas que viven desoladas porque sus familias las han olvidado. Dios nos grita en el vagabundo que sólo tiene un par de hojas amarillas y uno que otro perro para palear el frío de las piedras en las noches. Cristo nos grita y no lo oímos. Decimos que tenemos sed de amor pero nos tapamos los oídos cuando el señor nos habla, nos tapamos los ojos cuando vemos pasar a Cristo con su cruz. Cegamos nuestros sentidos con televisión, con comodidades, con estudio, con la fortuna de no necesitar lo fundamental.
¡¡¡Y así y todo no damos las gracias a quién nos entrega todo esto!!!
Hay personas que nos necesitan, que quieren ser amados, que se sienten solos, dejados de lado, blancos de injusticias, desamparados. Hay otros que tienen hambre de vida, se de amor, necesidad de Dios.
¡¡¡Ellos nos necesitan!!! ¡¡¡Dios nos necesita!!! ¡¡¡Es Cristo quién sufre!!!
¡¡¡Y así y todo no damos las gracias a quién nos entrega todo esto!!!
Hay personas que nos necesitan, que quieren ser amados, que se sienten solos, dejados de lado, blancos de injusticias, desamparados. Hay otros que tienen hambre de vida, se de amor, necesidad de Dios.
¡¡¡Ellos nos necesitan!!! ¡¡¡Dios nos necesita!!! ¡¡¡Es Cristo quién sufre!!!
miércoles, marzo 08, 2006
Promesa Juvenil Utópica
..."recuerda que en cada lágrima que derrames, que en cada soplo de viento que acaricie tu cara, que en cada gota de lluvia que moje tu pelo estaré yo...". Fue en ese momento que se escuchó un grito... nadie más lloró, nunca más sopló el viento y nunca nadie volvió a escuchar la lluvia.
miércoles, marzo 01, 2006
Preocupación en el MINEDUC y en el INJUV por nueva encuesta a jóvenes:
90% DE LOS ENCUESTADOS AFIRMA HABER TENIDO 'QUÍMICA' CON ALGÚN PROFESOR EN EL COLEGIO
La alerta se encendió en el ministerio de educación y en el instituto nacional de la juventud por una encuesta realizada por la fundación 'sin futuro' la que arroja un alto porcentaje de jóvenes que confiesan haber tenido química con algún profesor o profesora.
"Esto es inaceptable. El gobierno no puede dejar que esto siga ocurriendo. Siempre pasa lo mismo. Llevan 16 años en el poder y son los mismos problemas. En mi gobierno esto no hubiese ocurrido. Nuestras familias, en especial las más pobres, no estarían preocupados ni de la delincuencia, ni del tranajo ni de lo que pasa con sus hijos en las escuelas. Vean lo que pasó en esa escuela de Colina." Dijo Joaquín Latín, algo confundido, al ser consultado por esta nueva encuesta de la fundación de preside su amigo Sebastián Piñata.
90% DE LOS ENCUESTADOS AFIRMA HABER TENIDO 'QUÍMICA' CON ALGÚN PROFESOR EN EL COLEGIO
La alerta se encendió en el ministerio de educación y en el instituto nacional de la juventud por una encuesta realizada por la fundación 'sin futuro' la que arroja un alto porcentaje de jóvenes que confiesan haber tenido química con algún profesor o profesora.
"Esto es inaceptable. El gobierno no puede dejar que esto siga ocurriendo. Siempre pasa lo mismo. Llevan 16 años en el poder y son los mismos problemas. En mi gobierno esto no hubiese ocurrido. Nuestras familias, en especial las más pobres, no estarían preocupados ni de la delincuencia, ni del tranajo ni de lo que pasa con sus hijos en las escuelas. Vean lo que pasó en esa escuela de Colina." Dijo Joaquín Latín, algo confundido, al ser consultado por esta nueva encuesta de la fundación de preside su amigo Sebastián Piñata.
sábado, febrero 18, 2006
AMOR RENTABLE
Yo vendo amor. Soy un puesto ambulante buscando algún cliente que quiera de mis servicios. Les digo lo que ofrezco, a veces les doy una pequeña degustación, algo que no comprometa mi negocio. No quiero que cualquiera se acerque a preguntar. Selecciono a las personas, las sigo, intento esconderme y me hago sus amigos. En ese momento ataco con un “¿Te puedo ayudar en algo?, vendo amor, tengo del que quieras. Solo llámame y reserva tu lugar”. La verdad es que hago como que estuviera muy ocupado, con mucha clientela, agotado y a veces indiferente. Pero no hay nadie… solo tácticas para que el cliente caiga y compre. A veces resulta pero al mes vuelve y te tira por la cabeza el esfuerzo y la mercancía pidiendo que le devuelvas lo que pagó. A veces el cliente huye despavorido mientras me quedo con la mercadería hecha pedazos, como un vidrio roto en mil partes pequeñitas. A veces el cliente me sigue el juego y hace como que se interesa para después, cuando hay que cerrar el trato, me dice que le llegó una oferta mejor, que es más barato, que no arriesga ni su integridad, que le da ‘boleta’ y que le sobra vuelto. Es dura esta pega y a veces duele. Sientes que ese monopolio que creíste tener, que ese negocio que parecía rentable ha arrojado más pérdidas de lo que calculaste. Que no fuiste el primero, que hubo muchos que llegaron antes y que bajaron sus precios porque no necesitan más. Pero no me doy por vencido y salgo a las calles, y sigo ofreciendo lo que llevo, y pienso que todavía hay personas que buscan lo que tengo, que era más difícil de lo que parecía encontrar una buena clientela, que tienes los caseros de siempre y que son los que nunca te fallarán. Pero te fallan y todo se va a negro.
Pero el cliente tiene siempre la razón y debo serle fiel a sus pedidos. Escondo mis productos en una canción y en vestimentas varias. “Llame ya, nuestras operadoras están disponibles, estamos trabajando para que nuestro producto se adecue a sus necesidades y gustos”. Pero el amor es el mismo y toda esa cubierta punk, dark, grunge, romántico setentero y alternativo se desvanece al primer contacto mostrando lo verdadero, lo que no puedo esconder. “Y si no le gusta le devolvemos su dinero”.
Al final tengo que hacer el remate final. 90% off. Si no se lo lleva se lo regalamos igual. Y espero y espero, y tengo que cerrar y repensar si estaré haciendo bien o si el darme por vencido es la gran oportunidad. “Gracias por preferirnos, no se arrepentirá”. Eso espero.
Pero el cliente tiene siempre la razón y debo serle fiel a sus pedidos. Escondo mis productos en una canción y en vestimentas varias. “Llame ya, nuestras operadoras están disponibles, estamos trabajando para que nuestro producto se adecue a sus necesidades y gustos”. Pero el amor es el mismo y toda esa cubierta punk, dark, grunge, romántico setentero y alternativo se desvanece al primer contacto mostrando lo verdadero, lo que no puedo esconder. “Y si no le gusta le devolvemos su dinero”.
Al final tengo que hacer el remate final. 90% off. Si no se lo lleva se lo regalamos igual. Y espero y espero, y tengo que cerrar y repensar si estaré haciendo bien o si el darme por vencido es la gran oportunidad. “Gracias por preferirnos, no se arrepentirá”. Eso espero.
domingo, febrero 05, 2006
Carta a un amor encontrado (eyes without a face)
Beatriz
Tan tierna, tan imposible. Una voz en el olvido, en algunos sueños sin rostro. Y tienes mil de ellos pero no recuerdo ninguno.
Mientras te veo suspirar me entristezco, no por como lo haces sino por quién. No lo haces por mi y aunque te ves tan linda las cosas se escapan, se van de mis huesos, donde te siento firmemente retenida. Lo haces porque no tienes nada más, nadie más.
Beatriz, solitaria, llena de gente pero sin confianza. Te quiero y no te interesa.
Pero es así, porque no puedo quitar la mirada, porque cuanto te veo intento recordarte, memorizar cada parte para después llegar a casa y seguir pensándote. No haces más que contemplarme como el mejor amigo y me cuentas todo con pacíficas palabras hirientes. No lo sabes y yo no te lo digo. Actúo para que no sepas que estoy siempre.
Sentir otra vez que te acercas, susurrándome las palabras que nunca quise oír pero que mi absurda táctica me invita a escuchar.
Paz, amor en un acto, en una caricia, en muchas caras de gente que recuerdo pero que no conozco. Otra pasión que se esfuma mientras el reloj me avisa que el sol se levanta. Maldita obsesión de mi inútil corazón. Y no sé lo que hago, y me pierdo en el bosque húmedo de tus ojos, o en esa estrella que te ilumina. Y te enojas porque te digo que no eres lo que espero y te ves igual de hermosa cuando no me hablas, cuando no contestas el fono por temor a que sea él quién te llama.
Pero mis palabras se esfuman en el último beso, con el que empezamos, el del primer acercamiento. Porque ya tu cuerpo se va y no vuelve, mientras el mío se estremece desde el día que partiste. Cambiaste mi hombro por un cuerpo entero, mis lágrimas por esa alegría agobiante del saber que no estarás más sola de aquí en adelante.
Beatriz, te extraño. Te recuerdo con muchos globos y flores más strawberry fields forever de fondo. Tú vestida como lo más lindo y yo a tu lado, con el helado en la mano y conversando de la vida. Era tan perfecto como las familias de los comerciales coca-cola y tan emocionante como los de Clos de pirque. Pero al final son todos recuerdos, imágenes tan sencillas como de las que te emocionabas.
Hasta ahora te quiero y no sé lo de más adelante. En una de esas cambiarás el yogurt de damasco nocturno por un vaso de ron, o las revistas de moda por el cuerpo B del Mercurio. Sé que cambiarás y quisiera estar ahí para verte. Pero no será así y aterrizo, pongo los pies en tierra y no te busco más. A veces hay que saber olvidar. Y no sé si pueda.
Intentando ser sincero me despido, de ti, de tu alma
Sebastián Ignacio Muñoz Ruz
Tan tierna, tan imposible. Una voz en el olvido, en algunos sueños sin rostro. Y tienes mil de ellos pero no recuerdo ninguno.
Mientras te veo suspirar me entristezco, no por como lo haces sino por quién. No lo haces por mi y aunque te ves tan linda las cosas se escapan, se van de mis huesos, donde te siento firmemente retenida. Lo haces porque no tienes nada más, nadie más.
Beatriz, solitaria, llena de gente pero sin confianza. Te quiero y no te interesa.
Pero es así, porque no puedo quitar la mirada, porque cuanto te veo intento recordarte, memorizar cada parte para después llegar a casa y seguir pensándote. No haces más que contemplarme como el mejor amigo y me cuentas todo con pacíficas palabras hirientes. No lo sabes y yo no te lo digo. Actúo para que no sepas que estoy siempre.
Sentir otra vez que te acercas, susurrándome las palabras que nunca quise oír pero que mi absurda táctica me invita a escuchar.
Paz, amor en un acto, en una caricia, en muchas caras de gente que recuerdo pero que no conozco. Otra pasión que se esfuma mientras el reloj me avisa que el sol se levanta. Maldita obsesión de mi inútil corazón. Y no sé lo que hago, y me pierdo en el bosque húmedo de tus ojos, o en esa estrella que te ilumina. Y te enojas porque te digo que no eres lo que espero y te ves igual de hermosa cuando no me hablas, cuando no contestas el fono por temor a que sea él quién te llama.
Pero mis palabras se esfuman en el último beso, con el que empezamos, el del primer acercamiento. Porque ya tu cuerpo se va y no vuelve, mientras el mío se estremece desde el día que partiste. Cambiaste mi hombro por un cuerpo entero, mis lágrimas por esa alegría agobiante del saber que no estarás más sola de aquí en adelante.
Beatriz, te extraño. Te recuerdo con muchos globos y flores más strawberry fields forever de fondo. Tú vestida como lo más lindo y yo a tu lado, con el helado en la mano y conversando de la vida. Era tan perfecto como las familias de los comerciales coca-cola y tan emocionante como los de Clos de pirque. Pero al final son todos recuerdos, imágenes tan sencillas como de las que te emocionabas.
Hasta ahora te quiero y no sé lo de más adelante. En una de esas cambiarás el yogurt de damasco nocturno por un vaso de ron, o las revistas de moda por el cuerpo B del Mercurio. Sé que cambiarás y quisiera estar ahí para verte. Pero no será así y aterrizo, pongo los pies en tierra y no te busco más. A veces hay que saber olvidar. Y no sé si pueda.
Intentando ser sincero me despido, de ti, de tu alma
Sebastián Ignacio Muñoz Ruz
miércoles, febrero 01, 2006
Ley de conservación de la miseria
Ley de uso coloquial en la que se dice que dado un sistema cerrado, la miseria - como la energía - se conserva. Se dice en este caso que la miseria "...no se crea ni se destruye, sino que se transforma".
Esta ley comparte su espíritu con la Ley de Murphy en su aplicación: Si algo sale bien, algo igualmente malo lo compensará.
Si algo puede salir mal, saldrá mal.
Corolarios
1.-Nada es tan fácil como parece.
2.-Todo lleva más tiempo del que usted piensa.
3.-Si existe la posibilidad de que varias cosas vayan mal, la que cause más daños será la única
que vaya mal y sucedera en el peor momento.
4.-Si usted intuye que hay cuatro posibilidades de que una gestión vaya mal y las evita, al momento aparecerá espontáneamente una quinta posibilidad.
5.-Cuando las cosas se dejan a su libre albedrio, suelen ir de mal en peor.
6.-En cuanto se ponga a hacer algo, se dará cuenta de que hay otra cosa que debió haber hecho antes.
7.-Cualquier solución entraña nuevos problemas.
8.-Es inútil hacer cualquier cosa a prueba de tontos, porque los tontos son muy ingeniosos.
9.-La naturaleza siempre está de parte de la imperfección oculta.
10.-La madre Naturaleza es una perra
11.-ve la luz verdadera
12.-La vida no es color de rosa
13.-Cuanto más intentes que las cosas sean perfectas, más te daras cuenta que estas perdiendo tu tiempo
14.-Si te casas te daras cuenta con tu esposa
Uno de los objetivos de esta ley es llevar a las personas a pensar las cosas mas de una vez y contemplar todas las posibilidades antes de tomar una decisión para no cometer un error.
Esta ley comparte su espíritu con la Ley de Murphy en su aplicación: Si algo sale bien, algo igualmente malo lo compensará.
Si algo puede salir mal, saldrá mal.
Corolarios
1.-Nada es tan fácil como parece.
2.-Todo lleva más tiempo del que usted piensa.
3.-Si existe la posibilidad de que varias cosas vayan mal, la que cause más daños será la única
que vaya mal y sucedera en el peor momento.
4.-Si usted intuye que hay cuatro posibilidades de que una gestión vaya mal y las evita, al momento aparecerá espontáneamente una quinta posibilidad.
5.-Cuando las cosas se dejan a su libre albedrio, suelen ir de mal en peor.
6.-En cuanto se ponga a hacer algo, se dará cuenta de que hay otra cosa que debió haber hecho antes.
7.-Cualquier solución entraña nuevos problemas.
8.-Es inútil hacer cualquier cosa a prueba de tontos, porque los tontos son muy ingeniosos.
9.-La naturaleza siempre está de parte de la imperfección oculta.
10.-La madre Naturaleza es una perra
11.-ve la luz verdadera
12.-La vida no es color de rosa
13.-Cuanto más intentes que las cosas sean perfectas, más te daras cuenta que estas perdiendo tu tiempo
14.-Si te casas te daras cuenta con tu esposa
Uno de los objetivos de esta ley es llevar a las personas a pensar las cosas mas de una vez y contemplar todas las posibilidades antes de tomar una decisión para no cometer un error.
viernes, enero 27, 2006
Impacto causa la nueva candidatura a la presidencia de la DC
RONALD McDONALD'S SE POSTULA POR PARTE DE LA BANCADA COLORINA
El candidato dice ser apoyado completamente por su primo Andrés Zaldívar y por todos los partidarios del colorín presidente.
Según las propias palabras de McDonald's "Nosotros seremos la presidencia de la chatarra y de la comida grasosa. Queremos un pais que se cocine al igual que nuestras hamburguesas... mal y conn mucho colesterol"
Zaldívar, por su parte, respondió que "Sabemos que Ronald seguirá con lo que hemos estado haciendo"
Soledad Alvear, la candidata opositora al régimen de los 'cabeza de cobre', respondió que si le dan unas 100 hamburguesas podría pensar en bajarse.
Por último la presidenta electa Michelle Bachelet dijo a nuestro diario: "mmm... hambuerguesas... mmm... papas fritas... mmm... lo que sea..." en clara alusión a apoyar la candidatura del hombre de los pepinillos y lechugas rancias.
RONALD McDONALD'S SE POSTULA POR PARTE DE LA BANCADA COLORINA
El candidato dice ser apoyado completamente por su primo Andrés Zaldívar y por todos los partidarios del colorín presidente.
Según las propias palabras de McDonald's "Nosotros seremos la presidencia de la chatarra y de la comida grasosa. Queremos un pais que se cocine al igual que nuestras hamburguesas... mal y conn mucho colesterol"
Zaldívar, por su parte, respondió que "Sabemos que Ronald seguirá con lo que hemos estado haciendo"
Soledad Alvear, la candidata opositora al régimen de los 'cabeza de cobre', respondió que si le dan unas 100 hamburguesas podría pensar en bajarse.
Por último la presidenta electa Michelle Bachelet dijo a nuestro diario: "mmm... hambuerguesas... mmm... papas fritas... mmm... lo que sea..." en clara alusión a apoyar la candidatura del hombre de los pepinillos y lechugas rancias.
lunes, enero 16, 2006

PARTHENON
Wrong Number
Ayer me habló la muerte, de cerca, al oído. Me preguntó como estaba, si ya me había olvidado de ella, si todavía tenía su número de teléfono. Quiso que la acompañara, me invitó a tomar su mano.
Hace tiempo que no me visitaba. La última vez que lo hizo, hace un año, fue en la plaza del colegio, un sábado como a las seis de la tarde. Yo estaba sentado bajo un árbol, con la Ale, conversando. Ella me miraba con tristeza, como escondiendo algo. Cuando le cayeron sus primeras lágrimas supe que las cosas cambiarían. Cada lágrima era una granada que explotaba. Me besó por última vez y me dio el knock out, me golpeó, me tiró la bomba atómica que había esperado. Sus palabras eran un vaso de cloro, de veneno que inevitablemente tendría que tomar. No quise y me negué. Pero era imposible. Aunque me tapé los oídos y grité, las palabras entraron por no-se-donde a mi cabeza, creando recuerdos que no existían, imágenes de esas familias perfectas, como las de los comerciales de coca-cola que pensaba crear con ella. Tres palabras cambiaron mi vida. NECESITO UN TIEMPO, me dijo. La Ale nunca supo decir las cosas de frente, siempre se escondía en eufemismos. Creo que con eso no quería traumarme, o probablemente tuvo miedo de cómo reaccionaría. Pero no reaccioné. Mi cara era un gran signo de interrogación, un completo porqué.
Fue ahí cuando me visitó la muerte, al lado de la Ale, sentada en su traje negro, como en las pelis. Me acompañó hasta mi casa y me invitó a seguirla. Me negué, pero, por si acaso, le pedí su número de teléfono. La muerte se fue sin dejar huellas.
Ayer me habló la muerte, de cerca, al oído. Sin yo saberlo la muerte se llevó a mi prima y quise que me llevara también. No sé porqué no la seguí.
Perdí el teléfono y no pude llamarla. Intenté muchas formas de instarla a venir y solo conseguí marcas en mi cuerpo, unas pocas lágrimas y algunas imágenes. Solo se me pasó la mitad de mi vida por delante.
Pero ahora llegó Beatriz y no sé si querer llamar a la muerte otra vez. Probablemente no la necesite más, o por lo menos hasta que Beatriz se vaya.
sábado, enero 07, 2006

ENCUESTA POPULAR
El blog que marca el paso les trae a ustedes, nuevamente, esta sección que gusta de grande y chicos. Espero que esto sea motivo de estudio para el INE y otros organismos.
Manden sus ideas a traukoko@gmail.com
Saludos.
¿A qué edad dio usted su primer beso?
¿Con quién fue?
¿Qué sensación le dejó?
Si tienen anécdotas favor contarlas.
N.D.A: ¡¡¡Qué profundo!!!
Suscribirse a:
Entradas (Atom)